Caminos de fiesta emite un documental sobre Los Indianos

soso caminos de fiesta el carnaval de las dos orillas

El viernes 27 de junio a las 21.15 horas, la serie Caminos de Fiesta (producción de Siroco.tv) emitirá en Televisión Canaria el documental  «El Carnaval de las dos orillas». 

Después de «El Camino de la vida» , sobre la Bajada de la Virgen de los Reyes de El Hierro, Televisión Canaria estrena en exclusiva «El Carnaval de las dos orillas» la siguiente entrega de Caminos de fiesta, serie documental sobre  fiestas populares de Canarias. En esta ocasión el popular actor Matías Alonso aterriza en La Palma para disfrutar una de las fiestas más multitudinarias y autenticas de Canarias: el Carnaval de los Indianos.

Ya pudimos disfrutar de algunos fotogramas de este documental el pasado mes de marzo, en una de las galerías de Indianos.info.

En el marco de esta singular fiesta recorrerán la isla descubriendo las maravillas de su gastronomía, oficios y tradiciones. A lo largo del viaje conocerá a inolvidables personajes con los que compartir el amor por su tierra y  el valor de la vida sencilla. Las historias de pastores, campesinos, versadores, artesanos y protagonistas del Carnaval se entretejen en el universo particular de La Palma, donde lo cotidiano se mezcla con lo festivo y lo local se hace universal para enseñarnos cómo se celebra la vida en La Palma y en el mundo.

«El Carnaval de las dos orillas» es una producción de las productoras canarias Siroco y Can Can con Televisión Canaria.

La Habana-La Palma: el síndrome del mar en la Trilogía Sucia de Pedro Juan Gutiérrez

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Pedro Juan Gutiérrez, autor de Trilogía sucia de La Habana

14 de octubre de 2013.

La Habana-La Palma: el síndrome del mar en la Trilogía Sucia de Pedro Juan Gutiérrez.

Por Luis León Barreto

El próximo 3 de marzo, Santa Cruz de La Palma se transformará en la Pequeña Habana. Es lo que tiene el día de los Indianos: hacemos ese homenaje a los ancestros, a los veleros que en apenas una quincena cubrían la ruta de los miles de emigrantes de esta orilla que allá fundieron su sangre con la sangre cubana. Para los insulares de Canarias a lo largo de la historia el mar muchas veces ha tenido el añadido de maldición, tuvimos que ser emigrantes forzosos cuando la Corona española nos impuso poblar los territorios que iban desde la península de Yucatán al actual San Antonio de Texas. Emigramos en épocas de cacicatos y hambrunas, y en busca de una vida mejor los balseros de Cuba se han lanzado al mar en frágiles estructuras de neumáticos viejos, y los subsaharianos han arriesgado su vida en frágiles cayucos para tocar nuestro suelo. Para canarios y cubanos el Atlántico y el Caribe han sido claustrofobia y solución, jaula y camino abierto. El síndrome del mar conlleva malditismo y esperanza a partes iguales.

Trilogia sucia de La HabanaEl célebre libro de relatos Trilogía sucia de La Habana nos muestra una sociedad al borde del abismo en la cual cada uno ha de procurarse “resolver” el sustento diario en base al ingenio, la picaresca y –si es menester– la violencia. Semen, ron y santería son los escalones con los que el habanero se propone sobrevivir día tras día orillando el hambre y la sensación de que su sociedad está bloqueada. 

Pedro Juan Gutiérrez, 63 años, fue periodista y después de eso se ha dedicado a escribir sobre personajes desesperados, desolados, hombres y mujeres de Centro Habana, de La Habana sórdida. Sus libros apenas circulan en Cuba pero fuera de la isla consigue ventas millonarias. “Podría irme a vivir a otro sitio, a otro país, pero no quiero. He de estar cerca de mis personajes. Porque el cubano es mal emigrante, extraña mucho su tierra, su sol, sus mujeres. El cubano es muy macho y la mujer cubana es muy hembra, todos jugamos con el lenguaje, con el baile, con el sexo. Yo en realidad soy un perro callejero que se divierte cada noche, y que se pasa la vida dando vueltas y divirtiéndose hasta que me toque morir”, añade. En los relatos de Juan Pedro, escritos siempre en primera persona, el mar Caribe aparece frecuentemente como negrura, amenaza, mar devorador pero también como mar gozador.

Igualmente en la literatura canaria se habla de soledad, indefensión y cierto fatalismo del hombre frente al mar. Tal vez por sus ancestros el canario es más melancólico, el cubano –por el mestizaje con las culturas de África– es más musical, más bebedor, más divertido. En la novela Fetasa, de Isaac de Vega, leemos: “El mar está quieto, negro y manso, amenazador y frío en su quietud, sin fin hacia el horizonte, agobiante con su masa enorme. “ En Crimen, de Agustín Espinosa, se dice: “Esta isla lejana, en la que ahora vivo, es la isla de las maldiciones. Bulle a mi alrededor un mar adverso, de un azul blanquecino, que se oscurece en un horizonte marchito, vacío de velas latinas y de chimeneas trasatlánticas. Hay bajo mis pasos una masa de tierra parda bajo puñales curvos de cactos, higueras mórbidas y aulagas doradas. Sobre unas rocas frontales se desmayan las sombras violeta de unas garzas. Yo, el hijastro de la isla, el aislado.” En La lapa, de Angel Guerra, se dice: “Más que una isla, es un enorme peñón, un bloque de granito, surgiendo, como una infernal aparición, del seno turbulento de las aguas en aquellos mares salvajes”

Literatura del mar, poesía del mar. Siempre el mar, del que no podremos prescindir porque está  ahí, a la vuelta de todos los caminos, con su llamada al abrazo y a la superación de las rencillas de la tribu. El mar como tribulación pero también como gozo. En P. J. Gutiérrez una de las alegrías del habanero es sentarse en el Malecón y observar el mar al atardecer, y si es tragando ron y teniendo sexo con una mulata, tanto mejor, y si es consiguiendo unos dólares aunque sea ofreciendo sexo a turistas viejos o damas de setenta años mucho mejor. Porque hay que tomar ron, hay que fumar tabaco, hay que comprar comida de contrabando. Su prosa es irreverente, dura, torrencial: “No me interesa lo decorativo, ni lo hermoso, ni lo dulce, ni lo delicioso (…) El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, indecente, violento, grosero, puede mostrar la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia.” Y también dice esto otro: “A veces lo que necesitas es muy poco: sexo, ron y una mujer que te hable algunas tonterías. Nada inteligente. Estoy agotado de gente inteligente y astuta.” De la cotidiana decepción de la pobreza se alza el escritor, sostenido por una esperanza necesaria: “Los guajiros son los que tienen la plata. Se hacen ricos con el hambre de la gente. Es una nueva era. De repente el dinero hace falta. Como siempre. El dinero lo aplasta todo. Treinta y cinco años construyendo el hombre nuevo. Ya se acabó. Ahora hay que cambiar a esto otro. Y rápido. No es bueno quedarse muy rezagados”.

El día de los Indianos recordaremos el mar que surcaron nuestros abuelos hacia Santiago y La Habana, el mismo mar que los jóvenes de ahora han de surcar para irse a trabajar a Inglaterra o Alemania. A fin de cuentas, el mar es circular y siempre regresa.

(Blog La literatura y la vida)


Luis León Barreto. Ver blog >>
 

El Museo Insular de La Palma expone las obras de Juan B. Fierro Vandewalle sobre "Los Indianos"

Los Indianos. Obra de Juan Bautista Fierro Van de Walle
Acuarela de J. B. Fierro. Regreso de los Indianos

El próximo jueves 7 de febrero en el Museo Insular (Plaza de San Francisco. Santa Cruz de La Palma), se expone por primera vez la totalidad de las obras de J. B. Fierro que son propiedad del Cabildo y entre las que se encuentran las imágenes representando el Retorno de Los Indianos y algunas otras acuarelas históricas y costumbristas. Ver artículo sobre el cuadro de Los Indianos>>

Estrellas del Museo: Juan B. Fierro Vandewalle.

J. B. Fierro, miembro de La Poteca y pintor de la acuarela Regreso de los Indianos
J. B. Fierro, miembro de La Poteca y pintor de la acuarela Regreso de los Indianos

La pintura en La Palma durante la segunda mitad del siglo XIX se caracterizó por la presencia de buenos maestros como González Méndez junto a la de otros pinceles de carácter aficionado entre cuyos más conocidos se encuentra Juan Bautista Fierro Vandewalle (1841-1930).

Nacido en Santa Cruz de La Palma en el seno de una acomodada familia, Fierro fue un auténtico referente del panorama local. Político, mecenas y promotor de la cultura en todas las instituciones en las que participó, su dedicación a la pintura le llevó a plasmar en sus sencillas acuarelas algunos de los principales acontecimientos, fiestas o matices de la sociedad de su tiempo.

En este sentido son de destacar la vista del puerto de la capital insular (1876), la llegada del cable telegráfico (1883) o varios paisajes urbanos y rurales (1884-1885). De igual modo, Fierro esbozó la indumentaria tradicional de las diferentes jurisdicciones de La Palma, que han sido una de las imágenes más difundidas de su obra. También conviene subrayar las imágenes representando el retorno de los indianos llegados de Cuba y otros puntos de América haciendo gala de su fortuna y presumiendo de una riqueza a veces incierta.

La historia del cuadro "Carnaval de Indianos en La Placeta" de Manu Marzán

Muchos habreís visto esta obra del pintor palmero Manu Marzán.  Una obra que en poco tiempo ha cobrado un gran protagonismo dentro de la singular fiesta de Indianos, extendiendose por la red rápidamente y que ya forma parte de la historia del día más representativo del Carnaval Palmero.

Hoy su autor nos explica los detalles y la  singular historia de este cuadro.

Esta obra se titula «Carnaval de Indianos en La Placeta», es un óleo sobre lienzo en tabla: 55 x 78 cms y pertenece a la serie Rincones de Santa Cruz de La Palma.

La obra está interpretada a partir de una fotografía del banco de imágenes de Internet, con la cortesía de su autor/a tras una previa solicitud para interpretar con pinturas y pinceles su fotografía.

Para que la escena tuviera más carácter y sabor de indianos, algunos elementos del fondo fueron eliminados y otros reinventados, pues en la fotografía original aparecían personas vestidas de calle, sin disfrazar, vehículos aparcados, etc.

Manu agradece desde aquí a su autor/a la cortesía en el préstamo de esta imagen para su interpretación pictórica y sigue a la espera de obtener sus datos para poder publicarlos. Días  después de esta publicación, finalmente Manu pudo conocer el nombre del autor de la foto original,  Antonio J. Dorta Lorenzo. Un nuevo dato sobre la historia de esta pintura.

Existen reproducciones en tela disponibles en un tamaño menor, firmadas y numeradas, consultar en el email: manu@manumarzan.com.

Manu Marzán para Indianos.info.

"Los Indianos". El Cuadro. Santa Cruz de La Palma

Esta obra de Juan Bautista Fierro Van de Walle (1841-1930) es un dibujo a tinta y acuarela de 22 x 29 cms, cuya firma aparece junto con la fecha de su ejecución, 1911, en el ángulo inferior derecho: “J.B.Fierro”. Actualmente se custodia en una de las salas del Museo Insular de La Palma, antiguas dependencias del Convento Real y Grande de la Inmaculada Concepción, conocido como de San Francisco de Santa Cruz de La Palma.

El autor -un artista aficionado- fue Capitán de las Milicias Insulares, Jefe del Partido Liberal, Diputado Provincial por La Palma, Presidente de la prestigiosa Sociedad “La Cosmológica” de la capital palmera, llegando a convertirse en su Director Honorario como reconocimiento a su labor.

Su estilo pictórico, caracterizado por la deliberada ingenuidad, tanto en la representación de la realidad como en los colores empleados, esto es, primitivo y “naïf”, relata, por lo general, tipos y costumbres populares con técnica y perspectiva inocente y candorosa. A través de su mirada podemos observar cómo aflora el humor, el fino sarcasmo, la pizca de mordacidad, una suave parodia y caricaturización de las escenas costumbristas y figuras, fiestas, personajes populares, vistas urbanas… Ejemplos de este quehacer tan personal, tan suyo, son las siguientes obras: “El ciclista de Puntallana”, “La ermita de la Concepción de Buenavista en fiestas” (1884), “Vista de Santa Cruz de La Palma desde el Barranco de los Dolores” (1884), “Convento y plaza de Santo Domingo” (1885).
Se trata de un amplio catálogo de obras de un alto valor documental y etnográfico. Es importante la valoración que los estudiosos de las costumbres y tradiciones, folkloristas en general, han hecho sobre su más celebrada obra: la indumentaria tradicional de los diferentes municipios de La Palma, fechada en torno a 1860.

Fue también cronista y narrador de su tiempo y representó los acontecimientos más importantes de la vida de su Santa Cruz de La Palma natal y de la Isla: “Bahía de Santa Cruz de La Palma el 2 de mayo de 1876”; “Amarre del cable telegráfico en 1883”. Como todos sabemos, la capital palmera fue la pionera en las Islas de los grandes avances del siglo XIX: alumbrado eléctrico, telégrafo, teléfono, laboratorio bacteriológico, central hidroeléctrica… y así un largo etcétera.
Su interés por lo etnográfico y lo social se plasma en pinturas como “Los Indianos” (1911), en la que queda representada la llegada a su “terruño amado” de un matrimonio de indianos, ahora ricos, y sus dos hijos, recién desembarcados y procedentes del Caribe.

Aquí coexisten una serie de valores típicos y tópicos que J. B. Fierro, con gran sentido descriptivo y documental, se deleita en detallarnos. Son los elementos que distinguen al “indiano”: el color blanco impoluto de su impecable traje de lino, el sombrero “Panamá” de fina paja tejida, el distinguido pañuelo doblado en el bolsillo de su lujosa casaca que combina con la sombrilla que porta bajo el brazo, los botines de piel, su gran anillo en el dedo medio de su mano izquierda, con la que sujeta la jaula redonda de un exótico loro verde y rojo… Su esposa e hijos llevan blondas, joyas, mantilla, encajes, mitones, abanicos, sombreros de flores, regalos, botines, quitasoles a la moda de La Habana, etc.

En contraposición a esta sugerente escena de la familia de acaudalados indianos y a las “novedades del Nuevo Mundo” que ésta representa, se exhibe ahora a los personajes de la tierra, que contemplan atónitos a los recién llegados, sorprendidos en sus labores cotidianas, identificados por su indumentaria campesina tradicional. Detrás de ellos, el único que parece haberse dado cuenta de la llegada, y toma parte activa de la escena. Es precisamente el campesino descalzo, con mandil, chaleco y montera que, cabizbajo por el peso del gran baúl de cedro y por el del paquete blanco que porta en su brazo derecho, fuma también, no un habano, sino una cachimba. Se marca así también otra enorme diferencia. Más que ayudarlos, parece un esclavo que soporta el gran peso del equipaje de sus amos en época colonial.

A lo lejos, los vecinos se agolpan curiosos a las puertas de las humildes casas típicas de campo palmense, ávidos por conocer y admirar el “espectáculo”. En primer término, dos mujeres de “pueblo”, vestidas a la antigua usanza; una con un gran cesto de paja sobre su cabeza y otra con montera. Parecen haber sido extraídas de su espléndido catálogo de trajes típicos anteriormente mencionado.

En su atuendo es posible distinguir las prendas más representativas de la ropa femenina: las enaguas blancas bordadas, faldas recogidas a la cintura, sombrero de paja en la mano, justillos, toca, pañuelo sobre los hombros, etc.
Le sirve de fondo un paisaje rural, detalladamente recreado por el autor, donde no faltan las palmeras, las piteras, el campo sembrado de trigo, paredes de piedra volcánica tan reiteradas a lo largo de nuestros campos de La Palma, techos de teja roja… Detrás, la inconfundible silueta de la montaña de Tenagua (Puntallana), que surge por el norte sobre la bahía de Santa Cruz de La Palma. “La perspectiva acientífica y la representación en perfil de las figuras situadas en primer término, rígidas y estereotipadas, acentúan el primitivismo de la composición”.

También en el magnífico y completo Museo Insular, se guarda otra versión de este tema, firmado así mismo por Fierro en 1911 (23 x 16,5 cms) y simplificada con las imágenes del indiano – sin su familia -, del porteador y de una “maga”.

 

Por José Guillermo Rodríguez Escudero 

Detalles del  Cuadro:

La leyenda del barco con harina estropeada

La leyenda del barco con harina estropeada.

El origen universal de los empolvados palmeros.
 

Contradecir mitos y leyendas es tarea difícil y costosa. No obstante, continuamos en el empeño de desmitificar, con argumentos documentados, esa leyenda repetida erróneamente de la arribada de un barco con harina en mal estado a Santa Cruz de La Palma y su posterior utilización en el Carnaval a modo de empolvados o «enjarinados». Esta versión no está documentada y no la damos por cierta, aunque la tradición, algunos autores, sin citar fuentes, así lo recojan y otros «corten y peguen», continuando así la cadena de despropósitos. Los escritores que hacen referencia a este hecho se esconden con el consabido «al parecer», «según cuentan», «es opinión generalizada»; pero ninguno ha logrado corroborarlo documentalmente.

Justificación documental

En cualquier lugar de La Palma, por los días de Carnaval, en las parrandas de los que «corren la fiesta» en verbenas y bodegas, los polvos de talco y la música han estado presentes siempre. Unos y otros, hombres y mujeres, niños y adultos, se envuelven en el juego de arrojarse polvos de talco. Auténticas batallas incruentas y blancas de miles de kilos de oloroso polvo de talco inunda los rincones de la Isla. La vieja costumbre la encontramos hoy en los programas oficiales de los festejos en los municipios de Santa Cruz de La Palma (Desembarco de los indianos y la batalla de polvos de talco) y en Los Llanos de Aridane (La Gran Polvacera).

Para un estudio serio de esta costumbre hay que remontarse a muchos siglos atrás. Es sorprendente encontrarlos detrás de plumas de reconocidos literatos y los relatos de los cronistas que acompañaban los traslados de la Corte, con el rey al frente, por la geografía hispana. Arrojar salvados, polvos y harinas se halla en los más antiguos ritos del Carnaval universal. El catedrático de Historia de la Universidad de Valencia José Deleito y Piñuela, en su libro También se divierte el pueblo (recuerdos de hace tres siglos) (1944), anota que este motivo tiene su origen en «la boda de Don Carnal con Doña Cuaresma, con arreglo a un rito burlesco y remoto, que inmortalizó en el siglo XIV el arcipreste de Hita. Don Carnaval moría de susto al ver tan fea a Doña Cuaresma. Durante ese festejo, las mujeres de baja estofa se embadurnaban con polvos el rostro y apedreaban a los hombres, entre algazaras y risas, con cáscaras de naranjas rellenas de mosto, grasa, salvado y otras sustancias pringosas». Recordemos que Juan Ruiz, el famoso Arcipreste de Hita, vivió entre 1284 a 1351. Incluye José Deleito un fragmento del Romance a los que tiran naranjas y salvado del Cancionero de los Nocturnos, que dice:

«[…] Las fregonas
mojan primero las caras,
y después las echan polvos
como a billetes escritos».

Una crónica de viajes aporta, sin lugar a dudas, una observa­ción concreta y de gran valor etnográfico sobre arrojar harina en los días de Carnaval. El flamenco Henrique Cock, notario apostólico y archivero de la guardia del cuerpo real, en su libro Relaciones del viaje hecho por Felipe II en 1585, á Zaragoza, Barcelona y Valencia, hablando de las manifestaciones de los días de Carnes­tolen­das, dice: «La gente baxa, criados y moças de servicio, echan manojos de harina unos á otros en la cara cuando pasan, ó masas de nieve, si ha caido, ó naranjas en Andalucía mayormente donde hay cuantidad dellas»; el mismo autor afirma que era una costumbre generali­zada en toda España, además de las máscaras, y tirar huevos «llenos de agua de olores donde ven doncellas en las ventanas».

Según estas interesantes referencias bibliográficas, desde al menos los siglos XIV, XV y XVI ya hay constancia, dentro de las manifesta­ciones del Carnaval, de que las clases sociales más populares se empolvasen. La costumbre palmera bien puedo ser introducida por los primeros colonos en los años iníciales de la incorporación de La Palma a la Corona de Castilla en 1493.

La universalidad del rito de enharinarse en Carnaval lo recoge Gaspar Lucas Hidalgo (1560-1619) en su libro, incluido en los índices expurgatorios de la Inquisición, Diálogo de apacible entretenimien­to, que contiene unas Carnestolendas de Castilla; dividido en las tres noches del domingo, lunes y martes de antruejo (Barcelona, 1605):

«Qué de gritos por las calles,
qué de burlas, qué de tretas,
qué de harina por el rostro«.

En 1799 se promulga una norma prohibitiva para todo el reino de España: «Ninguna persona osada de tirar en las calles, sitio público de plazas, paseos ni otros sitios, huevos con agua, harina, lodo ni otras cosas con que se pueda incomodar a las gentes y manchar los vestidos y las ropas, ni echar agua clara ni sucia en los balcones, y ventanas e con jarras, xeringas, ni otros instrumentos, si se da con pellejos, vejigas ni otras cosas».

Los empolvados en las islas Canarias

Como vemos, dentro de los más antiguos ritos del Carnaval universal, se encuentra arrojarse cenizas, harinas y talcos en medio de alocados juegos. Esa costumbre llega a Canarias y el ilustrado tinerfeño José Viera y Clavijo (1731-1813), en su poema Los meses, nos cuenta:

«Todos son juegos, chanzas, diversiones.
Ya arrojan al cabello limpios talcos
ya al pulcro rostro harina y almidones
ya la agragea a la pulida espalda».

Otro tinerfeño, Lope Antonio de la Guerra, recoge también la manifestación de los talcos entre los estudiantes de Tenerife en sus Memorias (1760): «por vísperas de Carnesto­lendas se quita el Estudio: para esto se llevaba prevensión de coloción i huevos de Talco con los que se arrojaban al Precep­tor cuando entraba en la clase, i alguna ocasión aconteció dárle con los huevos algunos golpes fuertes en la corona».

Entre 1825 y 1830, se estableció en las Islas Francis Coleman Mac-Gregor (1783-1876), donde desempeñó el cargo de cónsul británico en Tenerife. En su libro Las Islas Canarias. Según se estado actual y con especial referencia a la topografía, industria, comercio y costumbres describe al detalle los días de Carnaval, que por esos años empezaban con mascaradas el domingo antes de Navidad, por la noche. Hace referencia a la costumbre de empolvarse en Tenerife y cuando «Los jóvenes, a pie y a caballo, recorren en tropel las calles y empolvan a los que encuentran a su paso con polvos de tocador o, incluso, añil, sin consideración de ningún tipo a la clase social o a la edad. Cuando se pasa bajo las ventanas de muchachas jóvenes, ya están dispuestas para envolver a sus conocidos en una nube de polvo procedente de sus borlas y para rociarlos con agua de colonia». Continúa el relato con la respuesta y enfrentamiento de los «dos bandos», donde los transeúntes no dudan en escalar las ventanas con escaleras: «Y allí se desata una guerra con las muchachas, a las que su madre trata de encubrir sin poder lograrlo. Se pintarrajean las caras unos a otros y se hacen muchas travesuras divertidas. Más tarde «se ríen a carcajadas; después, las muchachas se miran una tras otra en el espejo y sería una vergüenza si la casa no hubiera quedado totalmente desordenada». Cotidiano, aceptado y popular, se desprende de las observaciones Mac-Gregor las viejas costumbres del Carnaval canario de los juegos con polvos de tocador.

Los empolvados continúan en el siglo XIX entre las clases sociales más populares de las Islas, que resisten estoicamente las críticas de los ilustrados de la época, quienes manifestaron siempre su total rechazo. El periódico tinerfeño La Aurora (12 de marzo de 1848), en un artículo titulado Escenas carnavalescas, concluye: «En nuestras islas no hay costumbres peculiares sobre este punto, á no tenerse por tales la de anharinar ó chafarrinarse la cara». Es decir, los ilustrados y cultos cronistas de esta revista de literatura y artes no admiten reconocer como costumbre propia del Carnaval de las Islas que los campesinos y labradores se enhari­nasen o chafarrinasen la cara.

Sin embargo (y por suerte), la vieja costumbre estaba fuertemente arraigada en el pueblo llano. El viajero y clérigo anglicano Thomas Debary, que visitó Canarias en 1848, publicó un libro titulado Notas de una residen­cia en las islas canarias, ilustrativa del estado de la religión en ese país, en la que describe el Carnaval que se vivía en Tenerife: «Encontra­mos que nuestros guías se habían entregado a las bufonadas del Carnaval, pues cuando los llamamos aparecie­ron ante nosotros con las caras blanqueadas con harina -esta y lanzarse ollas rotas a la cabeza era la diversión favorita del momento». Continúa su viaje por la isla y en el valle de La Orotava vuelve a encontrar las parrandas carnava­leras con las bromas de la harina: «Donde­quie­ra que llegamos, los campesinos estaban corriendo por los campos con sus manos llenas de harina, lanzándola sobre cualquier persona que pasara».

La primera noticia que conocemos del empleo de polvos en el Carnaval de Santa Cruz de La Palma data del lejano año de 1867. El periódico grancanario El Ómnibus (30 de marzo) recoge en una crónica: «Todos los juegos se reducen á tirar a las ventanas huevos llenos de harina ó polvos de olor (especie de bombardeo); entrar a las casas a empolvar y bailar«.

Aún con todas estas referencias históricas lo cierto es que la isla de La Palma ha sido la única que ha conservado profundamente la ancestral costumbre de los polvos de talco del Carnaval y hoy se ha convertido en un signo de identidad propia.

Conclusión

Esa leyenda repetida erróneamente de la arribada de un barco con harina en mal estado a Santa Cruz de La Palma y posterior utilización en el Carnaval no está documentada y no la damos por cierta. Hemos visto que la costumbre de los «enharinados» era generalizada desde tiempos remotos en el Carnaval universal, en el canario y por supuesto en el palmero. Los ejemplos citados valen para contradecir rotundamente la leyenda del barco cargado de «harina estropeada o en mal estado«. Dicho con sorna, pícara y carnavalera: ¿No nos parece muchos barcos, anualmente y durante siglos, desembarcando «harina estropeada» en los puertos canarios y peninsulares?

La costumbre de los empolvados del Carnaval continuó en La Palma resistiendo las reprehensiones de los diferentes organismos. Las autoridades tomaban decisiones drásticas. Los empolvados y las harinas eran molestos y se pretendía su erradicación. El periódico El tiempo (Santa Cruz de La Palma, 26 de enero de 1928) publicó una nota de la alcaldía de la capital que especificaba: «Relacionado con la prohibición hecha por el Sr. Delegado, de arrojar polvos y harinas durante las fiestas de carnaval, antigua costumbre que no está en consonancia con la cultura de esta ciudad, el señor Pérez González nos ha manifestado que está dispuesto a castigar con dureza y energía cualquier intento de desobediencia de esta prohibición, para lo que ha pasado las órdenes oportunas a la Guardia Municipal y a la Guardia Civil».

Sea como fuere, el pueblo palmero defendió sus viejos usos y costumbres que hoy se han convertido en uno de sus más altos valores antropológicos y culturales. Ayer y hoy los empolvados del carnaval inundan toda la geografía palmero, especialmente en Santa Cruz de La Palma y Los Llanos de Aridane.

María Victoria Hernández Pérez (Cronista Oficial de Los Llanos de Aridane)

Los Indianos y el Carnaval

El Lunes de Carnaval en Santa Cruz de La Palma, una cruzada de polvos de talco recibe a los indianos que regresan de «hacer las Américas», portando jaulas con loros, baúles, gigantescos cigarros puros, esclavos negros, leontinas y espejuelos, mientras la música caribeña se dilata.

Ya arrojan al cabello limpios talcos

ya al pulcro rostro harina y almidones

José Viera y Clavijo (1731-1813)

Indianos foto Cesar Borja

«¡Cinco años… y una fortuna». Grito, lema y reclamo. Nacía la ilusión, sin medir el esfuerzo que costara. Era la única salida para buscar posesiones y hacienda. En el muelle de Santa Cruz de La Palma o en el pequeño embarcadero de Juan Adalid y en los porís de toda la costa perimetral de La Palma, se apresuraban a embarcar varones jóvenes y familias enteras en la busca de riqueza hacia la otra orilla atlántica. Se conocen como indianos a los emigrantes con fortuna que regresaban a su tierra de origen haciendo ostenta­ción de la misma. Era la época en que los grandes veleros surcaban el Atlántico haciendo la «carrera de Indias». Tiempos de sueños, de esplendor y de dineros, enfrentados a la decadencia de una España que veía desmembrado su imperio de ultramar.

Otros, los que ni tan siquiera tenían para pagar el pasaje en los veleros La Verdad, Nueva Engracia o la Ninfa de los Mares, se quedaron en La Palma. Llegó el siglo xx y el océano lo cruzaron modernos vapores de la emigración de tristes recuerdos: elValbanera y el Príncipe de Asturias. Cinco años… y regresar a La Palma. Ese era el proyecto de miles de palmeros.

De allá llegaban noticias de tierras prósperas, fértiles y de abundantes mieses. El muelle de Santa Cruz de La Palma se veía concurrido de gentes cuando, a lo lejos, los vecinos descubren al «buque correo que trae la correspondencia, buque extranjero o buque de la Habana», al decir de Benigno Carballo Wangüemert (1826-1864).

En el discurrir cotidiano de la monumental ciudad renacentista, con calles empedradas, casonas de magnífica fachadas de piedra o mortero de cal, ventanas de celosía y magníficos balcones de tea y sinuosos callejones que llevaban a la vieja calle de la Marina, se identifica perfectamente el caminar del emigrante retornado por la vestimenta peculiar del indiano, tal y como recoge Isaac Viera (1858-1941): «Por las calles de la capital palmera discurren millares de forasteros, entre los que se ven a muchísimos indianos con el indispensable sombrero de Panamá, que han venido de Cuba».

El humor, la sátira y la parodia, de los que los palmeros tienen sobrados antecedentes, propiciaron el carnavalear con ello. Era la manera de sacar jugo a unos hechos y modos, idealizando al emigrante rico que retornaba a La Palma haciendo ostentación de su fortuna.

Los auténticos indianos decimonónicos y los de la parodia aportaron a la fiesta la vestimenta peculiar de América al estilo de las cálidas tierras del Caribe, sombreros de fina paja tejida, pantalón y chaquetas blancas o beige y gran cigarro puro; y ellas con blondas de colores pastel, encajes, pamelas con flores y sombrillas. Y es así, como los refleja en 1911 el palmero Juan Bautista Fierro Vandewalle (1841-1930) en una acuarela costumbrista titulada Llegada de los indianos. En ella se ve a una familia de emigrantes vestida a la usanza america­na, portando baúles y una jaula con un loro; en contrapo­sición, tres personajes palmeros ataviados con la tradicio­nal indumentaria de la Isla. No es de extrañar que, años después, esa imagen de los indianos ricos y ostentosos se parodiase en Carnaval.

Pero no sólo la indumentaria, sino también las expresiones, las hablas y los acentos, las danzas y los sones; recetas culinarias, incluso, se incorporan a la cultura palmera y conviven conjuntamente con las de la Isla. Valga como muestra que en 1927 se ofreciera en el café Santo Domingo de la capital insular: «Dulces del país de todas clases, jaleas y dulces variados de Cuba, frutas de California de todas clases en latas», según recoge un anuncio publicado en prensa. Todos esos saberes (vestimenta, música, danza y riqueza gastronómica) configuran la celebración festiva del Desembarco de los Indianos.

En cualquier lugar de La Palma por los días de Carnaval, en las parrandas de los que corren la fiesta en verbenas y bodegas, los polvos de talco y la música están presentes. Unos a otros, hombres a mujeres, niños a adultos, se envuelven en el juego de arrojarse polvos de talco. Auténticas batallas incruentas y blancas de miles de kilos de oloroso polvo de talco inunda los rincones de la Isla.

La universalidad y rito de enharinarse en Carnaval lo recoge Gaspar Lucas Hidalgo (1560-1619) en su libro, incluido en los índices expurgatorios de la Inquisición,  Diálogo de apacible entretenimien­to, que contiene unas Carnestolendas de Castilla; dividido en las tres noches del domingo, lunes y martes de antruejo (Barcelona, 1605):

Qué de gritos por las calles,

qué de burlas, qué de tretas,

qué de harina por el rostro.

Como vemos, dentro de los más antiguos ritos del Carnaval se encuentra el arrojarse cenizas, harinas y talcos en medio de alocados juegos. Esa costumbre llega a Canarias y el ilustrado tinerfeño José Viera y Clavijo (1731-1813), en su poema Los meses, nos cuenta:

Todos son juegos, chanzas, diversiones.

Ya arrojan al cabello limpios talcos

ya al pulcro rostro harina y almidones

ya la agragea a la pulida espalda.

En 1799 se promulga una norma prohibitiva para todo el reino: Ninguna persona osada de tirar en las calles, sitio público de plazas, paseos ni otros sitios, huevos con agua, harina, lodo ni otras cosas con que se pueda incomodar a las gentes y manchar los vestidos y las ropas, ni echar agua clara ni sucia en los balcones, y ventanas  e con jarras, xeringas, ni otros instrumentos, si se da con pellejos, vejigas ni otras cosas.

Las costumbres de los empolvados del Carnaval continuaron en La Palma, resistiendo las reprehensiones de los diferentes organismos. Las autoridades tomaban decisiones drásticas. Los empolvados y las harinas eran molestos y se pretendía erradicarlos. El periódico El tiempo (Santa Cruz de La Palma, 26 de enero de 1928) publicó una nota de la alcaldía de la capital en la que se especificaba:

Relacionado con la prohibición hecha por el Sr. Delegado, de arrojar polvos y harinas durante las fiestas de carnaval, antigua costumbre que no está en consonancia con la cultura de esta ciudad, el señor Pérez González nos ha manifestado que está dispuesto a castigar con dureza y energía cualquier intento de desobediencia de esta prohibición, para lo que ha pasado las órdenes oportunas a la Guardia Municipal y a la Guardia Civil.

Sea como fuere, el pueblo defendió sus viejos usos y costumbres que hoy se han convertido en uno de sus más altos valores antropológicos y culturales.

El Lunes de Carnaval en Santa Cruz de La Palma, una cruzada de polvos de talco recibe a los indianos que regresan de «hacer las Américas», portando jaulas con loros, baúles, gigantescos cigarros puros, esclavos negros, leontinas y espejuelos, mientras la música caribeña se dilata. Es una fiesta cargada de imaginación, peculiar y sorpresiva cada año, que depende de la imaginación particular de los asistentes. Las monumenta­les calles Dionisio O»Daly y Anselmo Pérez de Brito soportan estoicamen­te toneladas de polvos, y tardarán días en volver a su estado original.

Para encontrar los orígenes de esta peculiar parodia de Santa Cruz de La Palma nos remontamos a los carnavales «de los monárquicos años veinte», del decir de José Díaz Duque (Diario de avisos, 12 de febrero de 1966), cuando «empezó a circular un enigmático rumor: la llegada de «La Poteca» al baile de «los ideales». […] La Poteca resultó ser un «desembarco de indianos», señores muy conocidos con sus esposas y sus hijos vestidos de isleños que regresaban de Cuba, al son del ritmo de allí».

La «sociedad» La Poteca fue célebre y «El alma de la misma era don Juan Henríquez, de un humor a toda prueba. En los carnavales era célebre su parranda», según Ermelando Martín Guerra (Diario de avisos, 19 de marzo de 1970). La familia de Henríquez Brito guarda un curioso documento-reglamento de La Poteca, «Sociedad Gastronómica Artística», de fecha 1 de enero de 1920 y con domicilio en la calle Pérez Volcán de Santa Cruz de La Palma. Documento cargado de ironía, guasón y buen humor carnavalero. La directiva estaba compuesta, en esa fecha, por Juan Henríquez Brito, Juan Bautista Fierro, Antonino Pestana Rodríguez, Luis Wandewalle Álvarez, Miguel Valcárcel Pinto, Manuel Wandewalle Pinto, Federico Salazar Hernández, Joaquín Poggio Álvarez, José Fierro Hernández y Félix Poggio Álvarez.

En un principio, los polvos de talco estaban alejados de este cortejo decimonónico. La implantación oficial -entendiendo por tal ser asumida por el Ayuntamiento y no tener esta fecha por su origen fundacional- de la parodia del desembarco de los indianos se recupera en 1966. En los años ochenta del siglo xx se reimplanta anualmente en el programa del Ayuntamiento, laLlegada de los Indianos, a la que se unió, sin que nadie se lo propusiera, la vieja tradición de los polvos de talco. Pasado los años, Los Indianos se han convertido en el número más representativo del Carnaval de La Palma.

María Victoria Hernández Pérez

Exposición "Imagen del reclamo:El indiano: icono y símbolo"

Este Miércoles, 23 de febrero a las 20:00 horas en la Casa Principal de Salazar de Santa Cruz de la Palma, tendrá lugar la inauguración de la exposición «Imagen del reclamo:El indiano: icono y símbolo», a cargo de D. Juan Ramón Felipe San Antonio, alcalde del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, y con la colaboración del Cabildo Insular de La Palma y del Grupo Etnográfico Baile Bueno.

A continuación, Víctor J. Hernández Correa dará la I Conferencia del Impulso de los Indianos para su declaración como Fiesta de Interés Turístico Nacional, conferencia a cargo de la Concejalía de Turismo y Patrimonio Histórico, en colaboración con «Plataforma de Indianos Santa Cruz de La Palma».

Podremos visitar la exposición desde el 23 de febrero al 12 de marzo de 2011, en la Casa Principal de Salazar. Calle O’Daly, 22. Santa Cruz de La Palma.

Horario

De lunes a viernes, de 10:00 a 21:00 h.Sábados, de 10:00 a 13:00 h.

 
 

«Imagen del reclamo:El indiano: icono y símbolo»

 
 

«Háblase asimismo de La Habana y de Cuba, como que en pocos puntos de Canarias se las conoce tanto como en La Palma».

«Cuba y La Habana son una especie de patria para los palmeros. La emigración de hijos de las Canarias que anualmente salen para aquellos puntos, se compone en su mayor parte de hijos de La Palma, y en esta isla se construyen casi todos los buques que mantienen el movimiento entre aquella Antilla y el archipiélago canariense».

«Son raras las familias, particularmente en las clases menos acomodadas, que no tengan en Cuba hijos, hermanos, esposos, padres o parientes».

Benigno Carballo Wangüemert. «Las Afortunadas: viaje descriptivo a las islas Canarias» (Madrid, 1862).

 
 
Icono indiano en La Palma: el siglo XIX

Ya desde finales del siglo XVI comienzan a documentarse en La Palma los resultados de la emigración insular a América: las primeras donaciones de imaginería religiosa, entre las que destacan el «Señor de la Piedra Fría» (iglesia de San Francisco) y el «Cristo de la Salud» (iglesia de N. S. de Los Remedios) adquiridos para el oratorio del antiguo Hospital de Dolores de la ciudad, obras de orfebrería, ofrendas monetarias… Poco a poco, la imagen del indiano va cobrando cada vez mayor auge hasta convertirse en prototipo de prosperidad, «burgués anodino y plácido, y adulado hasta por las personas de más preclaro linaje de la comarca», según explicó Isaac Viera en «Costumbres canarias» (1916).

Las primeras representaciones datan de la primera década del siglo XX, cuando los hermanos Juan Bautista (1841-1930) y José Fierro Vandewalle (1835-1916) pintan unas series de acuarelas de las que se muestran aquí tres ejemplares. Lo característico en ellas no es tanto la figura del indiano en sí como su visión en rotundo contraste con los aldeanos canarios también representados. Se aprecian así las diferencias de actitud e indumentaria en unos y otros: altaneros y gallardos unos, vestidos con traje de chaqueta blanco, sombrero panameño y cuello de camisa anudado con corbata; los otros, los asombrados campesinos, envueltos en su tradicional calzón, camisa abierta al cuello, montera y delantal de trabajo. Estas estampas son, pues, el reflejo del encuentro entre un mundo —el mítico americano— y el otro —el terruño, sofocado por una economía de subsistencia, aletargada—, analizado por sus autores con humor y sátira.

«Desde esta tierra que usted tanto recuerda»
 

La imagen singular del indiano en La Palma hunde sus raíces más remotas en una ingente correspondencia escrita remitida desde la «tierra de promisión» por tantos isleños que cruzaron el Atlántico para «hacer las Américas». Desde esta otra orilla, en el puerto de la isla canaria, se esperaba con anhelo la llegada de noticias, remesas o saludos de los paisanos, familiares y amigos lejanos… Este ir y venir de papeles y letras acabaría fijando en la memoria colectiva palmera un peculiar modo de entender la prosperidad, el éxito y el triunfo de aquellos hombres y mujeres valientes, capaces de dejarlo todo por un sueño de destino incierto, que, en el peor de los casos, podía acabar sin premio ni victoria.

 

La construcción de la figura del indiano, de sus connotaciones simbólicas, debe gran parte de su germen a estas muestras de comunicación escrita, en las que los emigrantes dan a conocer su estado de salud, sus logros económicos y empresariales, así como el de otros compatriotas. De este modo se forja el «mundo paralelo» del indiano, de su entorno; un universo de tintes míticos a cuya elaboración contribuyeron las imágenes fotográficas y litografías que ilustraron, primero, las cartas de visita y, luego, las tarjetas postales. Sin otro medio más barato del que servirse para el reclamo de los parientes que aún residían en Canarias, los indianos utilizaron a menudo estas humildes carteleras para incentivar el viaje y conseguir su meta: atraer al espectador y destinatario influyendo en su captación de una naturaleza exuberante, de unos edificios gigantescos, o de unos salones donde imperan la luz, la elegancia y la distinción.



 

La diversa procedencia de estas postales nos lleva por La Habana, Camagüey, Matanzas o Sagua la Grande. Por arquitecturas, jardines tropicales, amplias avenidas, malecones y puertos. Desde el paisaje interior hasta el más novedoso diseño urbano, nada escapa al ojo examinador de la cámara ni a la mano que toma lápiz y pincel. Ahuyentar los miedos, apaciguar las dudas y contener las aprehensiones, todo para lograr un único objetivo: crear el señuelo y esperar.

Al son, son...
 
La asimilación de la cultura cubana en la isla de La Palma pasa inevitablemente por la integración en el folclore insular de una buena parte del repertorio de la música tradicional caribeña. Ya en el siglo XIX se documenta en muchas zonas rurales la adopción del son y del punto cubano como formas frecuentes en toda clase de parrandas improvisadas, celebraciones festivas y cantos de trabajo. De hecho, el punto cubano persiste aún hoy como pieza clave de la música popular en municipios como Garafía y Tijarafe.
 

A lo largo del siglo XX, el puerto de Santa Cruz de La Palma siguió siendo puerta principal para la penetración de otras formas de música tradicional, gracias al contacto directo mantenido por los trabajadores portuarios con marineros procedentes de Cuba, lo que fomentó la transmisión de habaneras, boleros y guarachas, que se sumaron al son y al punto cubano, más tempranos. A capela, acompañados con guitarra y carimba y, en ocasiones también, con requinto, claves y maracas, fueron surgiendo grupos más o menos estables que contribuyeron a difundir estos ritmos, como pone de manifiesto el trío El Cajón y años después Los Cubanos. La audición de discos de pizarra y la divulgación radiofónica constituyeron otras vías de introducción, en las que los chinchales tabaqueros desempeñaron un papel importante en la difusión posterior.

La imagen indiana de César Borja

 
Desde sus orígenes a mediados de la década de los años ’60, la fiesta actual del «Desembarco de los Indianos» de Santa Cruz de La Palma reúne una amplia gama de imágenes fotográficas realizadas por infinidad de profesionales del sector y aficionados a esta arte. Con objeto de perpetuar el instante efímero de la fiesta, la fotografía ha ocupa un capítulo fundamental como fuente para la historia del «Desembarco», de sus orígenes y su evolución hasta nuestros días. En este sentido, la imagen festiva del indiano es su retrato fotográfico. En ella se encuentran las claves de asimilación de una indumentaria, de un atrezzo y de una manera de entender la burla, la caricatura y la parodia como formas esenciales del Carnaval.


 

Dentro de ese elenco de profesionales, merece destacarse el trabajo de César Borja, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1968, fotógrafo de prensa de las revistas «Motor», «La Palma 14», los periódicos «Canarias 7» y «Diario de avisos» y de las agencias EFE, ACAN, Área 11, Fotodeporte, Alfaqui y Accfipress. De entre sus galardones cabe citar el VII y VIII Certamen de Fotografía «Juventud y Cultura, el Concurso de Fotografía de la Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife, el de Bioformas y el Indianos, que organiza el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma.

El arcón de La Negra Tomasa

Fue en 1992 cuando La Negra Tomasa hizo su primera aparición al gran público, meneando a destajo sus voluptuosas caderas, bailando con frenesí a ritmo de son guaracha. La cita tuvo lugar en la Exposición Universal de Sevilla, en el marco del desfile de Carnaval que protagonizó la embajada canaria trasladada con ese motivo a la ciudad del Betis. Algunos años después, La Negra Tomasa acompañó al grupo Cuarto Son en su debut indiano, en el atrio de las casas consistoriales de la capital palmera. A partir de entonces se popularizó «La Espera», hoy plenamente incorporada al programa tradicional del «Desembarco de los Indianos» palmero, con la que se pretende dotar de mayor realismo la expectación que despertaba entre los insulares el arribo al puerto palmero de indianos llegados de La Habana.

 

La Negra Tomasa toma su nombre del personaje homónimo que inspiró la cumbia del compositor cubano Guillermo Rodríguez Fiffe titulada «Bilongo», y que acabaría extendiéndose con el nombre de la protagonista: «Estoy tan enamorado / de la Negra Tomasa / que cuando se va de casa / triste me pongo…».

La Negra Tomasa de los Indianos palmeros es interpretada cada Lunes de Carnaval por Víctor Díaz Molina (Santa Cruz de La Palma, 1941), hombre vinculado al calendario festivo a través de otras aportaciones, como la de la Danza de Enanos de la Bajada lustral, o la danza de Mascarones. Su mundo es el disfraz.

 
 

Créditos

Imagen del reclamo: El indiano: icono y símbolo.

Del 23 de febrero al 12 de marzoCasa Principal de Salazar. Calle O’Daly, 22.| Santa Cruz de La Palma

De lunes a viernes, de 10:00 a 21:00 h.
Sábados, de 10:00 a 13:00 h.
Comisariado

  • Concejalía de Turismo y Patrimonio Histórico
  • Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma

Comité asesor

  • Raquel de Paz Hernández
  • María Nebel Acosta Pérez
  • María Victoria Hernández Pérez
  • Marcelino Rodríguez Ramírez
  • Óscar Pérez Castro

 
Colecciones

  • Grupo Etnográfico Baile Bueno [postales, fotografías, correspondencia, mesa y banqueta de chinchal, baúles y maletas, gramófono de mesa, gramófono mueble y gramófono de viaje, acordeón de nácar]
  • Cabildo Insular de La Palma, Museo de Bellas Artes [«Indiano» y «Llegada de Indiano» acuarelas sobre papel de Juan Bautista Fierro]
  • Taller Municipal de Costura del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma [2 trajes de La Negra Tomasa realizados por el Taller Municipal de Costura, 2 trajes de señora realizados por los alumnos del Curso de Indianos 2009 del Taller de Costura]
  • Francisco Pérez Hernández [herramientas de elaboración artesanal de tabacos]
  • Óscar Pérez Castro [instrumentos musicales]
  • Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma [«La Negra Tomasa», acrílico sobre lienzo de Acenk Guerra Galván]
  • Alonso Cabrera Hernández [traje de lino de caballero de Rafael Ibarria Calderón de los años ‘30]
  • María Nebel Acosta Pérez [leontina]

Conservación y montaje

  • Isabel Santos Gómez
  • Isabel Concepción Rodríguez
  • Taller de Conservación y Restauración de Pintura y Escultura del Excmo. Cabildo Insular de La Palma

 
Impresión

  • Azul Atlántico

Colaboran

  • Consejería de Artesanía del Excmo. Cabildo Insular de La Palma
  • Consejería de Cultura, Educación y Patrimonio Histórico del Excmo. Cabildo Insular de La Palma
  • Grupo Etnográfico Baile Bueno

Hace 30 años, los indianos "empolvados"

El «saludo de los isleños»

Los polvos de talco han estado en el Carnaval palmero desde tiempos inmemoriales. En cualquier lugar de la Isla las gentes corrían la fiesta «empolvados» o «enjarinados». La implantación oficial -entendiendo por tal ser asumida por el Ayuntamiento y no tener esta fecha por su origen fundacional- de la parodia del Desembarco de los Indianos se recupera en 1966 en la programación de las llamadas entonces de forma eufemística «Fiestas de Invierno». En estos años, los polvos de talco estaban alejados de los pomposos ropajes de cáñamo y blondas del cortejo de la parodia de indianos retornados de Santa Cruz de La Palma. En 1961 se autorizan las Fiestas de Invierno en la provincia. Santa Cruz de La Palma las celebra y se incorporan diferentes y recordadas murgas y comparsas, sin olvidar las muy palmeras parodias.

Después de la recuperación del Carnaval, a partir de la Constitución de 1978, el pueblo fue revitalizando las recordadas parodias del viejo Carnaval. La llegada de la democracia propició su recuperación genuina, sin necesidad de que las autoridades recurriesen a bandos coactivos y sancionadores.

El Carnaval de 1979 fue el último celebrado antes de tomar posesión las nuevas corporaciones democráticas. El programa abarcaba: elección de la reina y sus damas; diversas actuaciones y participación de Los Brasileiros en la plaza de Santo Domingo; y desfile de «carrozas por nuestras calles, acompañadas de disfraces y coches engalanados». El dinero no daba para más. El Ayuntamiento colaboraba con 30.000 pesetas y la Caja Insular de Ahorros de La Palma con 35.000.

La nueva corporación municipal tomó posesión el 19 de abril de 1979. En la prensa consultada no figura la participación oficial del Ayuntamiento en el Carnaval de 1980, si bien conocemos el gasto de 75.000 pesetas para el concurso de disfraces. Posiblemente, la corporación municipal no se involucró directamente ante la proximidad de los festejos lustrales de la Bajada de la Virgen, aunque entendemos que el pueblo corrió la fiesta de manera espontánea. El Hotel San Miguel ofrecía del 16 al 19 de febrero «Grandes Bailes de Disfraces», con el grupo Hamagroup y Toni Landa. El estudio fotográfico Moreno recordaba en la prensa que el martes y domingo de piñata estaría abierto y «Recuerde sus fotos del carnaval 1980 en Foto Moreno».

En los años ochenta del siglo xx, se reimplanta anualmente en el programa del Ayuntamiento la Llegada de los Indianos, a la que se unió, sin que nadie se lo propusiera, la vieja tradición de los polvos de talco. En 1981, hace ahora 30 años, la comisión de fiestas capitalina, formada por miembros de la corporación municipal y un nutrido número de vecinos, redacta el programa de actos. Para el último sábado de febrero, una cabalgata desde La Alameda, pasando por Pérez de Brito, la avenida El Puente, finalizando con un «concierto en la Plaza de España a cargo de la banda de música de Oxford [bajo la dirección del profesor Atanasius] que hace escala técnica en La Palma». Para el domingo de Carnaval, festival en la plaza de Santo Domingo, con la participación de «murgas, rondallas, parrandas y demás agrupaciones, que a continuación divertirán a las gentes por las calles». Una crónica de Diario de avisos anuncia para el 15 de febrero: «La tradicional llegada de los indianos será el lunes a las cinco de la tarde, con recibimiento en la plazoleta del muelle».

Según algunos informantes, en 1981, los indianos fueron muy pocos, en torno a unas cien personas entre participante y atónitos espectadores. En años sucesivos, los indianos, envueltos en olorosos talcos, tomarían una fuerza inusitada que llegó a desbordar a los organizadores. El cartel anunciador, obra de Vicente Blanco, representaba a un payaso con aire caribeño, tocado con un lindo y adornado pajizo panameño y un tarro de polvos en la mano derecha. El lema es aún más esclarecedor: «Santa Cruz de la Palma, batalla de polvos, Carnaval 81».

En 1981 el grupo de gobierno del consistorio fue una coalición entre el PCE y PSOE. La alcaldía estaba presidida por Antonio Sanjuán (PCE) y la Comisión de Festejos por el socialista Basilio Galván. Este último nos ha manifestado: «Aquello empezó espontáneamente. El Club Náutico nos facilitó los locales, de la hoy avenida de Los Indianos, para el arranque de la cabalgata de indianos. La comisión de fiestas fue repartiendo los tarros de polvos por toda la calle. El primer año éramos muy pocos y al año siguiente se desbordaron todas las previsiones; se acabaron pronto las viandas que ofrecíamos y también los polvos. Nadie en concreto, que recuerde, propuso la unión de la parodia de los indianos y la batalla de polvos. Nació espontáneamente. Tanto el cortejo de indianos como los polvos ya estaban desde hacía muchos años en el Carnaval de Santa Cruz de La Palma, aunque cada uno por su lado. En 1981 se encargó un cartel a Vicente Blanco, en el que ya se hacía constar «batalla de polvos». Me gustaría poder hacer mención de todas y cada una de las personas que participaron en aquellos primeros años de la unión entre el recibimiento de los indianos y la batalla de polvos; recordarlos a todos sería imposible, pero sí estaba la familia Lugo, Galván, Daranas, el grupo caribeño Son Montuno, la Banda San Miguel y otros tantos».

Al mismo tiempo que se ultimaba el contenido al programa del Carnaval de 1981 tenía lugar el Golpe de Estado del 23 de febrero. En ese momento, la incertidumbre se apoderó de los organizadores. El 24 de febrero, Diario de avisos, como toda la prensa nacional y extranjera, abría a toda página con el titular «Fracasó el golpe de Estado». Curiosamente, en este mismo ejemplar del rotativo, se publicaba, en páginas interiores, el cartel del Carnaval de Santa Cruz de La Palma, impreso en Litografía Romero (Santa Cruz de Tenerife).

Todo pasó y se confirmó la democracia en España, y con ella el perseguido Carnaval. El hecho del 23 de febrero dio lugar a parodias espontáneas al conocido grito de Antonio Tejero, teniente coronel de la Guardia Civil, en el hemiciclo del Congreso de los Diputados («¡Todo el mundo al suelo…!»), y algunos indianos cambiaron el pajizo por el tricornio. El clásico sabio «punto» de los palmeros volvía a hacer parodia.

La llamada transición democrática en La Palma fue una época digna de un profundo análisis que abarque todos los campos sociales y económicos. Por suerte, los protagonistas directos del Carnaval, aunque en diferentes opciones políticas, se unieron para trabajar en cualquier cometido. Realmente les unía una profunda amistad. Era una época de ilusión y de mentes preclaras. Nos encontramos a Vicente Blanco, consejero de Cultura del Cabildo Insular por UCD y presidente insular de esta formación política, dibujando el cartel anunciador del Carnaval para la Comisión de Fiestas, bajo la presidencia nata del alcalde comunista Antonio Sanjuán; por delegación de servicios de la Alcaldía, Basilio Galván, del PSOE, presidía la concejalía de Festejos. A ellos se unió la oposición, formada por los independientes de Santiago García Cejas y la UCE, encabezada por Manuel García Rodríguez.

En nuestra opinión, este entendimiento, y no otra cosa, entre las variopintas opciones políticas, refrendadas por el carácter propio de los hijos de Santa Cruz de La Palma, fue el motivo fundamental de la hoy arraigada parodia del Desembarco de los Indianos y la batalla de polvos talcos.

Pasó el Carnaval de 1981 y Diario de avisos publica la crónica final: «Ayer lunes [2 de marzo] tuvo lugar el acto carnavalero de «llegada de los indianos» con un recibimiento de «polvos» que en gran cantidad distribuyó la comisión de fiestas del ayuntamiento de esta capital». Costumbre que por toneladas continúa asumiendo el consistorio.

El programa de actos del año siguiente, 1982, anunciaba para el lunes de Carnaval la Llegada de los Indianos «con su vestimenta característica tocados de pajizos y con los loros en sus hombros. La caravana con acompañamiento de las clásicos familiares se trasladará por las calles de O»Daly y Pérez de Brito hasta la plaza de La Alameda, también durante todo el trayecto tendrá lugar el saludo de los isleños con la «gran batalla de polvos». Verbena popular en la Plaza de España de los «indianos» y comienzo del tradicional «baile de máscaras», según rezaba el Diario de avisos el 12 de febrero.

Acertadísima justificación de la incorporación de los viejos y ancestrales polvos de talco o harina del Carnaval palmero, a modo de «saludo de los isleños» a la comitiva de los indianos retornados. No podía ser de otra manera. Recordemos que la máxima expresión de júbilo la expresamos los palmeros empolvándonos, incluso fuera de las fechas de Carnaval. La primera noticia que conocemos del empleo de polvos en el Carnaval de Santa Cruz de La Palma data del lejano año de 1867. El periódico grancanario El Ómnibus (30 de marzo) recoge en una crónica: «Todos los juegos se reducen á tirar a las ventanas huevos llenos de harina ó polvos de olor (especie de bombardeo); entrar a las casas a empolvar y bailar».

Esa leyenda repetida erróneamente de la arribada de un barco con harina en mal estado a Santa Cruz de La Palma y posterior utilización en el Carnaval no está documentada y no la damos por cierta. La costumbre de los «enharinados» era generalizada en el carnaval canario, y en otros lugares fuera del Archipiélago. Lo recoge Viera y Clavijo (1731-1813) y el periódico tinerfeño La Aurora (12 de marzo de 1848), en un artículo titulado Escenas carnavalesca: «En nuestras islas no hay costumbres peculiares sobre este punto, á no tenerse por tales la de anharinar ó chafarrinarse la cara». Evidentemente con estos dos ejemplos, hay muchísimos más, vale para contradecir rotundamente la leyenda del barco cargado de «harina estropeada». Dicho con sorna, pícara y carnavalera: ¿No nos parece muchos barcos desembarcando «harina estropeada» en los puertos canarios?.

Terminaban las crónicas de la prensa el 23 de febrero de 1982: «se fijó para ayer lunes el pintoresco acto de la «llegada de los indianos» al puerto de Santa Cruz de La Palma, tras un refrigerio con que les saludó el ayuntamiento en el Real Club Náutico de tres a cuatro de la tarde e iniciar seguidamente el recorrido por la población hasta la Plaza de la Alameda, más también durante el trayecto «Gran batalla de polvos»». Más tarde tuvo lugar en la Plaza de España «una verbena popular de indianos».

Así fue el principio de la hoy indisoluble unión entre el Desembarco de los Indianos y la batalla de polvos, concebida a modo de saludo de los isleños a los indianos que arribaban a su isla natal luciendo vaporosas vestimentas de colores pastel, propias de las tierras caribeñas.

Nota: Agradecemos a Acenk Galván Lugo la cesión de las dos interesantes fotografías que ilustran este artículo, archivadas en su álbum fotográfico en el año 1981.

María Victoria Hernández Pérez (Cronista Oficial de Los Llanos de Aridane)