Esta obra de Juan Bautista Fierro Van de Walle (1841-1930) es un dibujo a tinta y acuarela de 22 x 29 cms, cuya firma aparece junto con la fecha de su ejecución, 1911, en el ángulo inferior derecho: “J.B.Fierro”. Actualmente se custodia en una de las salas del Museo Insular de La Palma, antiguas dependencias del Convento Real y Grande de la Inmaculada Concepción, conocido como de San Francisco de Santa Cruz de La Palma.
El autor -un artista aficionado- fue Capitán de las Milicias Insulares, Jefe del Partido Liberal, Diputado Provincial por La Palma, Presidente de la prestigiosa Sociedad “La Cosmológica” de la capital palmera, llegando a convertirse en su Director Honorario como reconocimiento a su labor.
Su estilo pictórico, caracterizado por la deliberada ingenuidad, tanto en la representación de la realidad como en los colores empleados, esto es, primitivo y “naïf”, relata, por lo general, tipos y costumbres populares con técnica y perspectiva inocente y candorosa. A través de su mirada podemos observar cómo aflora el humor, el fino sarcasmo, la pizca de mordacidad, una suave parodia y caricaturización de las escenas costumbristas y figuras, fiestas, personajes populares, vistas urbanas… Ejemplos de este quehacer tan personal, tan suyo, son las siguientes obras: “El ciclista de Puntallana”, “La ermita de la Concepción de Buenavista en fiestas” (1884), “Vista de Santa Cruz de La Palma desde el Barranco de los Dolores” (1884), “Convento y plaza de Santo Domingo” (1885).
Se trata de un amplio catálogo de obras de un alto valor documental y etnográfico. Es importante la valoración que los estudiosos de las costumbres y tradiciones, folkloristas en general, han hecho sobre su más celebrada obra: la indumentaria tradicional de los diferentes municipios de La Palma, fechada en torno a 1860.
Fue también cronista y narrador de su tiempo y representó los acontecimientos más importantes de la vida de su Santa Cruz de La Palma natal y de la Isla: “Bahía de Santa Cruz de La Palma el 2 de mayo de 1876”; “Amarre del cable telegráfico en 1883”. Como todos sabemos, la capital palmera fue la pionera en las Islas de los grandes avances del siglo XIX: alumbrado eléctrico, telégrafo, teléfono, laboratorio bacteriológico, central hidroeléctrica… y así un largo etcétera.
Su interés por lo etnográfico y lo social se plasma en pinturas como “Los Indianos” (1911), en la que queda representada la llegada a su “terruño amado” de un matrimonio de indianos, ahora ricos, y sus dos hijos, recién desembarcados y procedentes del Caribe.
Aquí coexisten una serie de valores típicos y tópicos que J. B. Fierro, con gran sentido descriptivo y documental, se deleita en detallarnos. Son los elementos que distinguen al “indiano”: el color blanco impoluto de su impecable traje de lino, el sombrero “Panamá” de fina paja tejida, el distinguido pañuelo doblado en el bolsillo de su lujosa casaca que combina con la sombrilla que porta bajo el brazo, los botines de piel, su gran anillo en el dedo medio de su mano izquierda, con la que sujeta la jaula redonda de un exótico loro verde y rojo… Su esposa e hijos llevan blondas, joyas, mantilla, encajes, mitones, abanicos, sombreros de flores, regalos, botines, quitasoles a la moda de La Habana, etc.
En contraposición a esta sugerente escena de la familia de acaudalados indianos y a las “novedades del Nuevo Mundo” que ésta representa, se exhibe ahora a los personajes de la tierra, que contemplan atónitos a los recién llegados, sorprendidos en sus labores cotidianas, identificados por su indumentaria campesina tradicional. Detrás de ellos, el único que parece haberse dado cuenta de la llegada, y toma parte activa de la escena. Es precisamente el campesino descalzo, con mandil, chaleco y montera que, cabizbajo por el peso del gran baúl de cedro y por el del paquete blanco que porta en su brazo derecho, fuma también, no un habano, sino una cachimba. Se marca así también otra enorme diferencia. Más que ayudarlos, parece un esclavo que soporta el gran peso del equipaje de sus amos en época colonial.
A lo lejos, los vecinos se agolpan curiosos a las puertas de las humildes casas típicas de campo palmense, ávidos por conocer y admirar el “espectáculo”. En primer término, dos mujeres de “pueblo”, vestidas a la antigua usanza; una con un gran cesto de paja sobre su cabeza y otra con montera. Parecen haber sido extraídas de su espléndido catálogo de trajes típicos anteriormente mencionado.
En su atuendo es posible distinguir las prendas más representativas de la ropa femenina: las enaguas blancas bordadas, faldas recogidas a la cintura, sombrero de paja en la mano, justillos, toca, pañuelo sobre los hombros, etc.
Le sirve de fondo un paisaje rural, detalladamente recreado por el autor, donde no faltan las palmeras, las piteras, el campo sembrado de trigo, paredes de piedra volcánica tan reiteradas a lo largo de nuestros campos de La Palma, techos de teja roja… Detrás, la inconfundible silueta de la montaña de Tenagua (Puntallana), que surge por el norte sobre la bahía de Santa Cruz de La Palma. “La perspectiva acientífica y la representación en perfil de las figuras situadas en primer término, rígidas y estereotipadas, acentúan el primitivismo de la composición”.
También en el magnífico y completo Museo Insular, se guarda otra versión de este tema, firmado así mismo por Fierro en 1911 (23 x 16,5 cms) y simplificada con las imágenes del indiano – sin su familia -, del porteador y de una “maga”.
Por José Guillermo Rodríguez Escudero
Detalles del Cuadro:
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