Pilar Rey y Antonio Abdo, personajes esenciales de La Espera
Por Luis León Barreto
La fiesta más popular de Canarias saca a la calle una programación intensa y variada en cada una de las islas. No es lo mismo el carnaval en Lanzarote que en El Hierro, ni nadie puede superar el esplendor de Santa Cruz de Tenerife, su tradición, su variedad, el colorido y el nivel espectacular de sus números, el vigor de su fiesta callejera, mientras que el carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, más reciente, destaca por sus drag queens. Uno de los carnavales más originales es el de Arrecife de Lanzarote, cuyo origen se desconoce, aunque algunos estiman que comenzó con los primeros conquistadores en el Siglo XV. Siendo Lanzarote la primera isla conquistada, existe la creencia de que se trata de los carnavales más antiguos del archipiélago. Dice la tradición que antaño se salía disfrazado con la cara tiznada con un corcho quemado.
La tradicional Parranda marinera de Los Buches fue recuperada en 1963 por un grupo de amigos, y actualmente se conoce como La Parranda Los Buches. Se trata de una cuadrilla compuesta por músicos que interpretan antiguas canciones marineras y los portadores de buches (vejigas de grandes peces curtidas e infladas), con los que se golpea a la gente. Llevan un peculiar atuendo, con cintas de colores y máscaras. Suelen abrir el coso de Arrecife y una estrofa popular muy cantada en el folclore de Lanzarote apunta que «Desde que llega febrero, los marinos van llegando/ y para los carnavales, los buches se van inflando», en referencia a la participación de las gentes del mar y sus «buches» en los carnavales.
En El Hierro hay otro carnaval singular: la fiesta de los Carneros. También es conocida dicha tradición como los Carneros de Tigaday, por ser precisamente el centro de la población de Frontera (Tigaday), donde se celebra. Los Carneros es una tradición que tras la guerra civil estuvo a punto de perderse y quedar en el olvido, pero gracias a un ciudadano de Frontera, Benito Padrón, no llegó a hacerlo. Aún hoy, se conserva el legado que él dejó, pues con casi 90 años, supervisaba y ayudaba a los jóvenes en la colocación de sus peculiares vestimentas. Los jóvenes se atavían con las pieles de los carneros, resecas y de fuerte olor, obtenidas meses e incluso años atrás, que este singular señor guardaba en su bodega, y que cada año por Don Carnal, se desempolvan para deleitar a quienes se atreven a desafiarlos, pues se dedican a correr tras los más pequeños y no tan pequeños, para asustarlos y embadurnarlos de tinte negro. También forma parte del espectáculo la figura que llaman El Loco, un pastor que bajo una careta ayuda a los carneros a sembrar el pánico embistiendo a los presentes.
Otro carnaval de fuerte personalidad es el de Santa Cruz de La Palma, el carnaval de los Indianos, que rememora la intensa emigración La Palma-Cuba y también llega a su medio siglo. Este lunes 8 de febrero es la señal más universal de la isla junto con la Danza de los Enanos. En la mañana de ese día en el atrio del ayuntamiento dos viejos conocidos han actuado de embajadores plenipotenciarios en la Parodia del Recibimiento para recibir a las excelsas dignidades que acuden a la Calle Real. Son una pareja de animadores excepcionales: Pilar Rey y Antonio Abdo, que forman parte de la gran tradición de los polvos talcos y que han dinamizado la vida teatral y cultural de la isla durante décadas.
Actriz y coreógrafa, pero por encima de todo mujer vital, repleta siempre de alegría. Alegría con la cual ha podido sobrepasar sinsabores y graves problemas de salud, Pilar Rey ejemplifica y protagoniza el mundillo teatral, del que no puede renunciar ni un momento. Y es que el día de los Indianos es, como señala su marido Antonio Abdo, una farsa ejemplar y una catarsis que mueve multitudes en las apretadas calles de la capital palmera. Los Indianos son un ritual y una pieza de teatro en la cual cada participante representa su propio papel en la alegre ceremonia de La Espera, pues mientras la Plaza de España acoge la presencia de la señora cónsul de Cuba en Canarias, y se cambia temporalmente su nombre por el de Plaza de La Habana, la fiesta se desata en todo su esplendor.
Hay muchos partidarios de La Espera, esos instantes previos a la llegada de la ejemplar Negra Tomasa, que sucede a una hora difícil de determinar, cuando ya el pueblo llano ha ingerido unos cuantos mojitos y unos cuantos cubatas. Por eso aunque llueva o esté nublado la mañana de los Indianos es una mañana hermosa, lúdica, llena de color y de alegría. Y por eso cuando se presenta la Negra Tomasa la multitud estalla de gozo, pues es el pistoletazo de salida.
Dos palabras más sobre Pilar Rey y Antonio Abdo. Hace 34 años, en 1981, ambos fundaron la Escuela Municipal de Teatro, con la cual ambos animaron una nueva etapa en la cultura insular, precisamente en la etapa de un buen alcalde, Antonio Sanjuán, un hombre de la izquierda. Enseñantes de lujo, encaminaron a varias generaciones de palmeros hacia el amor a la escena. No en vano Pilar Rey, un espíritu libre y juguetón, ha aprendido de los mejores directores, actores, dramaturgos y escritores teatrales. Y Antonio Abdo, locutor de radio como ella, poeta, director y actor, ha compartido con ella las horas emocionantes de La Espera, el esplendor del pórtico de una fiesta con la cual la capital respira de gozo. Y su inseparable Antonio Abdo, septuagenario vitalista, con quien ha compartido actuaciones, lecturas y espectáculos dentro y fuera de España. Una pareja única.
Por tercer año consecutivo se anuncia la presencia del máximo representante de la República de Cuba en Canarias. Ulises Barquín Castillo asistirá a la jornada grande del Carnaval palmero, donde podrá conocer de primera mano la singularidad de una fiesta tan enraizada con el país caribeño. De este modo se legitima el origen de los Indianos, y se homenajea la intensa emigración de La Palma a Cuba hasta la guerra civil. Una gran fiesta dedicada a las raíces, el folklore, la gastronomía, el punto cubano, los usos que Cuba nos regaló.
Proyección de “El baúl de los retornados de Cuba” en Breña Baja.
El viernes 29 de enero de 2016. A las 20:00 horas. Sala de música de las Antiguas Salinas. Los Cancajos. Breña Baja. Entrada libre.
A pocos días de conmemorar un año más la llegada de Los Indianos a la Isla de La Palma, una proyección que gira en torno a esta celebración. En el documental “El baúl de los retornados de Cuba”, de Eduardo Bethencourt podremos ver la colección de indumentaria tradicional indiana y reinterpretaciones de Marisol Pais.
La diseñadora palmera intenta dar a conocer al público en general diseños de época y la vestimenta que usaban nuestros antepasados canarios durante el periodo de la emigración.
Zumba la Negra Tomasa en el carnaval de las islas, desde el este hacia el oeste y desde el norte hacia el sur llegan las imitaciones del genial personaje criado y nutrido en Santa Cruz de La Palma. La Negra Tomasa es un personaje clásico de la calle, tan clásico y tan introducido en la fiesta como Fidel Castro, Charlot, Ángela Merkel o el ministro Soria. Porque, a fin de cuentas, el hecho de que tantos quieran imitarla viene a demostrar la verdad palmaria: solo hay unos Indianos de verdad, solo una Negra Tomasa genuina es capaz de sobrevivir en todas las convocatorias, la Negra Tomasa tiene siete vidas y el éxito de este personaje trata de multiplicarse aquí y allá. Claro que nunca las imitaciones pudieron igualar al modelo original, de la misma forma que el carnaval imitación Indianos en el que la gente baila con la Banda de Agaete mientras tira gofio y harina nunca podrá compararse con el que corre por la calle O’ Daly. De este modo, la universalidad de los Indianos y de la Negra Tomasa no queda disminuida un ápice sino que, al contrario, es potenciada con cada intentona que surge aquí y allá.
Recordemos lo que hace un par de años escribía en La Opinión Elfidio Alonso, amigo y antiguo compañero de Redacción en el periódico El Día: “El personaje que interpreta cada año el bueno de Sosó se ha convertido en un clásico de Los Indianos. A partir de su llegada a las inmediaciones del Ayuntamiento de la capital palmera, donde es posible degustar a plena mañana el mejor mojito o un sabroso guarapo de caña molida, la negra Tomasa se convierte en la gran protagonista del lunes de Carnaval, entre lluvia de polvos blancos y al ritmo que marca el son, la guaracha y el bolero que tocan los excelentes grupos que se han especializado en la música tradicional de Cuba. No se trata de un personaje que tenga raigambre histórica en la isla caribeña. Ni menos puede ser considerado como un prototipo de los emigrantes canarios que radicaron en Cuba y luego regresaron. La negra Tomasa es sólo el personaje central de una célebre canción cubana, compuesta por el santiaguero Guillermo Rodríguez Rife. Un músico de los que podríamos considerar como menor, aunque –como el burro flautista de la fábula– llegase a alcanzar el éxito con una sola canción, que aún sigue gozando de una extraordinaria popularidad.”
Traemos a la memoria también lo que a propósito de las imitaciones en su momento expresó la concejala de Fiestas, Marta Poggio: “El ayuntamiento no puede impedir a nadie que se vista de blanco y tire polvos talcos. Eso es algo que no se puede proteger, que se puede copiar, y que lo harán en Tetir o en cualquier otra zona que lo programe, aunque no nos guste, pero sí hay otros aspectos que Santa Cruz de La Palma tiene protegidos. Los Indianos, como denominación del acto, está protegido por el ayuntamiento». De todos modos, con fecha 20 de Agosto de 2013 leímos la noticia de que Santa Cruz de La Palma tomó medidas para la constancia del logotipo y la marca “Los Indianos”. El Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma en efecto registró el logotipo y la marca comunitaria “Los Indianos Santa Cruz de La Palma” en el Registro de Patentes y Marcas.
El profesor y poeta palmero Antonio Arroyo, residente en Sardina del Norte (Gran Canaria) hace tiempo escribió sobre el carnaval de su infancia y la llegada de la Negra Tomasa a la narrativa canaria a través de la novela Carnaval de Indianos (NACE). Señaló que este libro lo retrotraía a sus años infantiles y adolescentes en la capital palmera, aquel carnaval que traía la chanza, la anarquía vital, el ron, el romper los papeles tradicionales de la sociedad palmera, tan tradicional en todo. “Todos los que somos de La Palma tenemos en nuestros recuerdos algún pasaje relacionado con los Indianos y especialmente con Sosó, el entrañable Víctor Díaz. Desde mi punto de vista, en el libro se han unido muchos recuerdos y el conjunto de los mismos forma una parte de la conciencia colectiva de los palmeros.”
Para finalizar, citemos lo que expresó María Victoria Hernández sobre este personaje: “Es la Negra Tomasa la encarnación de un sueño… Verla llegar enfundada en alambicados ropajes de suprema parodia, encajes, blonda tocada con increíble pamela, es como retomar el ayer del indiano. Aquellos indianos que acuñaron la frase: “cinco años de emigración, una fortuna”…
Santa Cruz de La Palma ha hecho dos aportaciones fundamentales a la fiesta popular canaria: la danza de Los Enanos y el lunes de carnaval con la Negra Tomasa en Los Indianos. Y la Negra Tomasa ya es un personaje inmortal de la fiesta.
Una conversación con Luis León Barreto sobre «Carnaval de Indianos».
Por Antonio Arroyo Silva
Hace unos ocho años, cuando era feliz y casi indocumentado como ahora, pensar que iba a hacerle una entrevista a Luis León Barreto era del todo descartable. Descartable no por la falta de atrevimiento, ni por simple timidez; sino porque hasta entonces y desde los tiempos inmemoriales de aquella acertada publicación semanal llamada El Puntal y tras su efímera vida, seguía religiosamente aquella columna del periódico La Provincia de cuyo nombre no me acuerdo y en mi desmemoria rebauticé «Luis León Barreto». Dicho sea de paso, sólo abría el mencionado periódico para leer sus opiniones a veces punzantes, a veces tiernas o llenas del amor y desamor de la vida. En resumen, Luis era para mí — y lo es— la cumbre del periodismo de estas ínsulas. También de la narrativa, por supuesto. Yo veía a nuestro autor como un periodista mestizo de literatura y esa honestidad que necesita todo articulista para informar. Y por otra parte, al gran novelista que no caía en los vicios y costumbres del oficio del tabloide. Un lenguaje muy cuidado que me llegaba hasta la tráquea de la sensibilidad y me dejaba respirar y ver mundos. Y aún sigue causándome ese efecto.
Es pertinente hablar aquí de cómo leí su novela Las Espiritista de Telde. En los primeros años de este mi largo exilio voluntario en la isla de Gran Canaria, mi madre, que venía desde La Palma a pasarse unas temporadas con nosotros, me trajo esa novela que yo mismo había comprado tiempo ha en La Laguna y que ya había leído; pero ella me habló con tanto entusiasmo tras su lectura atenta y crítica, que yo volví a leer a «ese chico que escribe tan bien —así decía ella—de Los Llanos».
No voy a hacer aquí una reseña de toda tu obra, Luis, pero sí destacar el hecho de una mujer que me abrió los ojos hacia tu literatura. Una madre que vino de la Isla con tu palabra y que ahora forman parte (isla, madre y palabra) de mi lar del sueño, que por algo tiene forma de corazón. Sabes bien que, en cuanto a escritura, a este palmero le sobran los sentimentalismos, porque no conducen siquiera a los senderos que se bifurcan que cantaba Borges; pero es necesario que tú sepas este hecho tan curioso como entrañable.
Y hablando de La Palma, yo que también soy un palmero de ida y apenas vuelta, pero que cuando vuelve se trae el terruño en una cajita de cartón junto al Príncipe Alberto y las rapaduras…es hora de hablar de los indianos. No sabes la alegría y emoción que me produjo tu última novela: mi infancia ya no en cajitas de cartón sino en palabras, en palabras-llave-que-abren-cerrojos-y-proyectan-vida. Sin embargo, como Pessoa decía que el poeta es un fingidor que finge tan profundamente que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente, no quería caer en el discurso emotivamente inocuo, ni en la dicción académicamente ladrillil sino llegar a una tierra de nadie y de todos. Por eso he optado por atreverme—ya era hora— a hacerte estas preguntas.
-¿Es realmente Carnaval de Indianos una novela sobre el carnaval de La Palma o es el carnaval el hilo conductor que nos va introduciendo en esa memoria palmera colectiva?
-El carnaval es el hilo conductor en esta novela-río, el carnaval no es un fin en sí mismo sino que actúa como la excusa para indagar en el paisaje físico y humano de la isla. Claro que también quería resaltar que el lunes de carnaval en Santa Cruz de La Palma conserva el espíritu más genuino: la chanza, la anarquía vital, el ron, el romper los papeles tradicionales de la sociedad palmera, que es tan tradicional en todo. El carnaval es un espejo donde se mira la isla, y es un referente de la emigración hacia Cuba.
-Desde el punto de vista de la crítica literaria, se entiende por influencia el seguir al maestro que de muchas maneras ha enseñado a su discípulo a plasmar esa aprehensión del mundo. Consecuencia sería el siguiente paso, según argumenta Jorge Rodríguez Padrón: un escalón propio de la madurez del escritor que supondría ir más allá del, digamos, maestro, solo por lógica evolución de la escritura. Tú mismo has manifestado que en tu novela hay una influencia de John Dos Passos. Por mi parte aprecio que tus personajes no están analizados de forma superficial como en Manhattan Transfer del citado novelista norteamericano, sino que todos confluyen en un hecho concreto, en una celebración de la vida que supone la fiesta de los Indianos, nada de pesimismo existencial, sino vitalismo. Entonces, ¿influencia o consecuencia? ¿Hasta qué punto llega esa consecuencia a tu narrativa?
-El modelo de la novela-río es muy antiguo. Para este libro me pareció que es la estrategia que mejor funciona: quería describir la Calle O’Daly y la gente que ese día la anima. En la novela hay contraluces, como en la vida misma, pero en realidad lo que pretendía es resaltar el aspecto lúdico y anárquico de la celebración, la alegría de la multitud, el vitalismo. La novela la escribí en estos años de dura crisis, y en momentos así también conviene resaltar aquel viejo lema de los clásicos: Carpe Diem, disfruta el momento. Por otro lado, siento admiración por la novela norteamericana, tan dinámica y totalizadora. Creo que Manhattan Transfer fue una lectura mía de los 20 años. Influencia y consecuencia, pienso.
-Y hablando de consecuencias, ¿qué supone para ti la narrativa cubana, especialmente la de Alejo Carpentier? ¿Definirías tu novela como barroca?
-Alejo Carpentier tiene una prosa excelsa, por ello fue el primer Premio Cervantes. Cuando salió Las espiritistas de Telde en el periódico El País se dijo que era una mezcla de Polanski y de Carpentier. Sí, me seduce mucho la obra de Carpentier por su musicalidad, por su investigación lingüística, etnográfica, por su elogio de la idiosincrasia. Ciertamente en mi novelística ha estado presente el sentimiento barroco, creo que los canarios también somos barrocos, pero barrocos no expansivos como los latinoamericanos sino que lo somos con ocultación, hacia dentro. Con un lenguaje lleno de arcaísmos, de voces americanas, de portuguesismos. De cualquier modo, ahora soy menos barroco que cuando empecé a escribir.
-Todos los que somos de La Palma tenemos en nuestros recuerdos algún pasaje relacionado con los Indianos y especialmente con Sosó o la Negra Tomasa. Desde mi punto de vista, has unido muchos recuerdos y el conjunto de los mismos forma una parte de la conciencia colectiva de los palmeros. ¿Es tu novela un intento de rescatar dicha conciencia y dársela de nuevo a los jóvenes actuales ya que es notorio que esos valores se están perdiendo, como tú mismo manifiestas en tus artículos periodísticos?
-Sí, he querido hacer un elogio a la isla, a su paisaje, a su paisanaje. Y en cierto modo he querido rescatar una parte de la historia, de la cultura, de las leyendas, del pasado rural, del patrimonio. De la conciencia, de la identidad, en definitiva. Pues claro que esos valores se están perdiendo ya que en la era del whatsapp todo es rápido, efímero, con tendencia a la insustancialidad. La vida actual es una pasarela muy veloz.
-Por la novela pasan cientos de personajes reales que mucho tienen que ver con el entorno cultural y social donde tú te mueves. Estos personajes pasan como los otros de aquella gran película de Amenábar. Después, hay otros personajes entre la leyenda y el recuerdo que mucho tienen que ver con la historia de nuestra isla y, por último, está Moneyba y su grupo, Lino y algunos más que representan el futuro más o menos lejano que supone el momento presente de los anteriores. ¿Qué intención novelística tienen los primeros que te nombro? ¿Son más reales los personajes que tú elevas a la categoría de legendarios?
-Hay mucha realidad en este libro, pero también hay importante porcentaje de ficción, como no podía ser menos. Entre la leyenda y el recuerdo pululan personajes del pasado, además está el corro de chicas que salen a divertirse, y la gente digamos corriente. Los personajes digamos legendarios yo los veo muy reales, me interesan en la que medida en que configuran el pequeño Macondo que es La Palma. También quería hacer una celebración con amigos y conocidos, la gente que se pasea con ganas por la Calle Real: escritores, pintores, profesores, empresarios, hasta políticos que van y vienen.
-Respecto a los anteriores, por ejemplo don Orencio Kábana ¿hasta qué punto se cumple en la idiosincrasia palmera aquella característica de la narrativa hispanoamericana tan cacareada por los críticos que habla de civilización y barbarie que ya preconizaba el argentino Domingo Faustino Sarmiento en el siglo XIX durante su exilio chileno?
-Sí, La Palma padece una esquizofrenia bastante curiosa. Un espacio pequeño, de orografía potente, con tales dosis de caciquismo y, paradójicamente, de pensamiento avanzado. Ese cacique del norte que vivía con cuatro mujeres en su casa y la autoridad lo respetaba porque daba trabajo a muchos, y tenía buenas ideas para colectivizar cosas. Por otra parte, la llegada de la imprenta dio lugar a una gran floración periodística: publicaciones gremiales, anarquistas, masónicas, católicas, conservadoras, republicanas. En un territorio tan asediado hubo siempre un pensamiento de avance. La masonería tuvo una notable importancia, pues hubo logias muy activas y efervescentes, que dejaron huella en muchas facetas, incluso en parte del clero. Luego vino la terrible represión de la guerra civil, en la explanada del convento de San Francisco fueron quemados libros y documentos de la masonería, allí congregaron a muchos detenidos, de allí sacaban a algunos, hubo docenas de desaparecidos cuyos restos se están buscando todavía. Este tema despierta todavía miedos atávicos en la población.
-Nuestro amigo senegalés recientemente fallecido Amadou Ndoye en una ocasión dijo que el surrealismo estaba en el folklore wolofí y el mismo Bréton manifestó, cuando llegó a Tenerife, que nuestras islas son surrealistas. Conclusión, cada pueblo tiene su propia apreciación mágica y surreal del entorno. ¿Hasta qué punto percibes la nuestra, la canaria, como un producto mestizo o síntesis de lo africano y lo hispanoamericano, aparte de otros superestratos que tú mencionas en tu novela? Y, teniendo en cuenta esta cuestión, ¿cómo definirías el Realismo en la novela actual?
-Claro que la apreciación mágica de Canarias podría intentar definirse como una síntesis de lo africano y lo latinoamericano, en particular de lo caribeño, sin descuidar obviamente los ancestros. El realismo en la novela actual es un gran cajón de sastre: filosofía y poesía, ensayo, drama. Y la novela sigue siendo un género vital y abarcador en el que cabe casi todo. Por eso gente realista como Houellebecq escribe de esa manera tan desinhibida, porque a lo que aspira es a provocar.
-Tras la lectura atenta de Carnaval de Indianos, percibo una cosmovisión singular que supone una evolución de tu narrativa, ¿qué proyectos tienes respecto a esta novela? ¿Da La Palma para escribir muchas novelas made in León Barreto?
-Siempre se dice aquello de que los elefantes, cuando se les aproxima la edad de la muerte, regresan al lugar en que han nacido. Es importante recuperar las raíces, sí. Cuando estoy allí La Palma me inspira, me surgen ideas. Estoy contento: la gente empieza a entender el mensaje de Carnaval de Indianos, que ha pretendido ser una novela de la isla.
-Y para terminar, ¿cómo ves el panorama social y cultural de La Palma ahora mismo? ¿Se podría llegar de nuevo a esa época dorada de antaño?
-El panorama sociocultural no es el mejor posible, a los políticos la cultura con mayúscula suele interesarles poco aunque evidentemente ha habido y hay excepciones que confirman la regla. Pero sí que advierto gente joven trabajando con ganas en literatura, en teatro, en cine, en música, en artes plásticas, hay una cierta ebullición, particularmente visible en Santa Cruz de La Palma. Cierto que hay una especie de adormidera general, y menos mal que el Teatro Circo de Marte sigue habilitando muchas cosas. Una pena que en el valle de Aridane no exista apenas ocio cultural, a pesar de ser una comarca tan poblada. Se mantiene una especie de letargo pero, existiendo esa materia prima de los creadores, que sí se hacen visibles con frecuencia, es de esperar que en los próximos años la situación mejore. Hay que constatar la presencia de núcleos de creadores extranjeros, particularmente alemanes, que de vez en cuando nos sorprenden con sus exposiciones de pintura, su fotografía, sus bandas de jazz, su artesanía basada en elementos de la isla. De tanto mestizaje con miles de extranjeros residentes en la isla hay que esperar, sí, un renacimiento.
Exposición «La rambla de Cuba: una calle para la metrópolis económica palmera», la inauguración será el viernes 15 de Febrero a las 20:00 horas. También tendrá lugar la Conferencia La cuidadora de pavos: Fábrica de chocolate La Mascota. A cargo de D. Antonio Javier González Díaz, ingeniero técnico agrícola, licenciado en Ciencias Ambientales y colaborador de la Academia Canaria de la Lengua.
Horario de la exposición: De lunes a viernes, de 10:00 a 21:00 h. Sábados, de 10:00 a 13:00 h.
«Seguramente, los lazos de mutuo afecto existentes entre Cuba y La Palma se estrecharán con la prueba de afecto significada en el nombre dado a la que será con el tiempo una de nuestras más bonitas vías de comunicación».
«Germinal: órgano del Partido Republicano» (5 de mayo de 1906).
Del Caribe a Canarias: plantas ornamentales y urbanismo
Un capítulo destacado de los vegetales llegados desde América hasta La Palma es el vastísimo conjunto de plantas ornamentales destinadas a la decoración de las ciudades. En aceras y ramblas o en parques y plazas, sin olvidar parterres, fuentes, portadas y patios, diferentes especies arbóreas del continente americano han embellecido muchos lugares de Santa Cruz de La Palma, documentándose las primeras noticias de esta costumbre a partir del siglo XIX.
Entre los proyectos particulares de ajardinamiento más ambiciosos llevados a cabo en la isla se encuentra el de la Hacienda de Bajamar (Breña Alta), propiedad de la familia Sotomayor. Primero el periodista natural de Burdeos José Anselmo Cosmelli y Monteverde, marido de Inés Sotomayor Fernández de la Peña, promovió allí el cultivo de nopales para la cría de cochinilla, que en las temporadas más altas llegaría a producir hasta 500 quintales de grana. Paralelamente, su hijo, el militar y escritor Francisco Cosmelli y Sotomayor (1863-1925), nutrió la finca con toda clase de flores, arbustos, árboles frutales y ornamentales dispuestos en un laberinto de senderos pavimentados con guijarros, que fue descrito por la fotógrafa británica Olivia Stone en su viaje a La Palma en octubre de 1883: «Una exuberancia salvaje prevalece por doquier —confiesa la autora— y numerosas plantas conocidas y desconocidas compiten unas con otras en convertir este lugar encantado en un Jardín del Edén». Araucarias de la Patagonia chilena y argentina, palmeras reales de Cuba, washingtonias del noroeste de México, pitangas de Guyana, magnolios de Norteamérica o las sagradas ceibas centroamericanas siguen poblando este extraordinario vergel tropical.
La palmera real cubana
Por su gran altura, su elegancia y su fácil cultivo, la «palmera real» o «Roystonea regia», natural de Cuba, aunque también de algunas regiones de México, Belice, Honduras, sur de la Florida, las Bahamas y las islas Caimán, constituye una de las especies de uso ornamental más extendidas por todo el mundo, en especial en países del área intertropical. En Cuba cuenta con gran distribución a través de bosques salvajes en el llano y en zonas montañosas fértiles y húmedas, así como en avenidas urbanas; su porte, que facilita su visión desde la lejanía, ha propiciado su uso para la delimitación de caminos y su reconocimiento como árbol nacional.
En Santa Cruz de La Palma, durante la segunda mitad del siglo XIX, la palmera real llegó a convertirse en un auténtico símbolo de identidad para espacios públicos tan emblemáticos y transitados como la plaza principal; los ejemplares más antiguos conocidos de este entorno fueron donados a principios de mayo de 1888, coincidiendo con las fiestas de la Santa Cruz, por los hermanos Antonio y Juana Lugo-Viña.
A la palmera dedicó el poeta y escritor Pedro Poggio Álvarez (1863-1929) un fragmento de su discurso «El hombre ante el progreso», pronunciado en 1879 en el seno de la Sociedad Instructiva La Unión: «la orgullosa palmera descuella en medio de las soledades y tiende su ramaje, elevándose como un espíritu curioso que quiere averiguar los secretos del vacío».
La rambla de Cuba
Desaparecida ya del paisaje de Santa Cruz de La Palma, la antigua «calle de las Palmas» (actual avenida El Puente desde la calle Pérez Volcán hacia el poniente) debía su nombre a las palmeras reales que decoraban su vertiente norte, hacia La Recova, retratadas por el pintor madrileño Ubaldo Bordanova Moreno (1866-1909) en un óleo de 1897. Conocida también como «calle del Mercado», no fue hasta marzo de 1906 cuando cambió su denominación por la de «rambla de Cuba».
La iniciativa partió de un grupo de palmeros emigrados a la isla caribeña, «metrópolis económica de La Palma», encabezados por el escritor y periodista aridanense Luis Felipe Gómez Wangüemert (1862-1942). Coincidiendo así con la visita del rey Alfonso XIII a Canarias, verificada sólo unas semanas antes, el 26 de abril de 1906 los promotores presentan su propuesta; en ella argumentaron: 1) la importancia de la emigración palmera a Cuba para el sostenimiento de los establecimientos benéficos de la isla; 2) la siempre afectuosa acogida de los cubanos; 3) el hecho de que fuesen los emigrantes palmeros quienes promovieran la designación de una calle del municipio de Consolación del Norte (Pinar del Río) con el nombre de «La Palma»; y 4) la larga trayectoria que unía desde hacía siglos a La Palma con Cuba.
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Atendida la petición, en sesión de 5 de mayo siguiente, la Corporación Municipal aprobó el nuevo nombre «considerando atendibles las razones de vínculos de raza e idioma, relaciones comerciales que ligan a la isla de La Palma con la de Cuba y demás consideraciones». Enseguida, la prensa local y cubana se hizo eco de la noticia. En La Palma, el periódico «Germinal» destacó: «nadie entre nosotros ignora que es inmensa la deuda de gratitud del pueblo palmero para con el cubano, que recibe cariñosamente a los hermanos nuestros que a América van en busca de fortuna y compra nuestros productos industriales y agrícolas». El 20 de mayo fue colocado el nuevo cartel con el nombre de «Cuba».
Algunos años más tarde, en 1924, cubierta ya buena parte del antiguo cauce del barranco de Dolores, otra petición suscrita por varios vecinos, con el abogado José López Martín Romero (1893-1944) al frente, solicita al Ayuntamiento la extensión de la denominación de «rambla de Cuba» a la calle Cincuenta y Siete (paralela a aquélla por el sur) y al tramo comprendido entre las calles Pérez de Brito y Álvarez de Abreu, todavía sin nombre oficial.
El Mercado, icono arquitectónico
Los inmuebles que componían la rambla de Cuba tenían su entrada principal por las calles adyacentes: Álvarez de Abreu, Pérez de Brito, Pérez Volcán y Cabrera Pinto (transversales hacia el sur y el norte) y Cabrera Pinto (paralela por el norte) y Díaz Pimienta (paralela por el sur). Ello explica que el nombre no aparezca en los padrones municipales, por ejemplo, en el de 1924, elaborado veinte años después de haberse aprobado el primer cambio de denominación.
La única excepción a esta regla fue el Mercado Municipal de Abastos, diseñado de acuerdo al proyecto firmado en 1886 por el maestro de obras palmero Felipe de Paz Pérez (1848-1931). De estilo clasicista y líneas académicas, el inmueble resultante, de gran elegancia, tuvo que adaptarse a la planta irregular de la antigua casa del Hospital de Dolores, fundado en 1514, sobre cuyo solar se levantó el nuevo edificio. La planta se articula a través de un patio central a cuyos lados se sitúan varias lonjas o accesorias independientes, algunas de las cuales cuentan con comunicación directa hacia la calle. La cubierta se soluciona con un lucernario que permite el acceso de la luz desde el exterior.
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Además de algunas otras variaciones (como el tipo de balaustrada del remate o el escudo central, del que carece el edificio definitivo), en el proyecto original se aprecian, a los extremos de la fachada principal, sendos nichos reservados a la contención de una imagen de la mitología grecolatina. En el de la izquierda, se distingue la figuración clásica de Ceres, diosa griega de la Tierra, hija de Saturno y Ops, hermana y esposa de Júpiter, y hermana de Juno, abogada de la agricultura, las cosechas y la fecundidad y, por consiguiente, de las mieses. Se la representa aquí joven, coronada de espigas, con una hoz en la mano izquierda y un manojo de trigo en la diestra.
En el nicho de la derecha, se nos muestra a Hermes, dios olímpico mensajero, protector de las fronteras y los viajeros que las cruzan, de los pastores y las vacadas, de los oradores y el ingenio, de los literatos y poetas, del atletismo, de los pesos y medidas, de los inventos y del comercio en general. Hijo de Zeus y Maya, su riqueza simbólica despierta aquí el interés del autor de la fachada, que le sitúa, en tanto heraldo de los dioses, como promotor del intercambio social y del comercio entre los hombres; y, en tanto dios de los caminos, como protector de los viajeros.
De este modo, Felipe de Paz logra establecer una sintonía perfecta entre los elementos expuestos en el interior del inmueble (las mieses palmeras y/o importadas) y el oficio de comerciante que liga las transacciones realizadas por venteros, fruteros, carniceros y pescadores que lo habitan, sumando a ello el patrocinio y salvaguarda simbólicos que la cultura occidental atribuyó a ambas deidades.
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En el nicho destinado a Hermes se encuentra hoy una escultura de San Cristóbal, santo vinculado con el establecimiento de la primera parada de taxis de Santa Cruz de La Palma frente a la Plaza del Mercado, de cuya existencia ya tenemos noticia en los años ’20. La obra, costeada mediante suscripción popular, fue donada por el llamado Subgrupo de Automóviles del Servicio Público de Santa Cruz de La Palma, adscrito al Sindicato de Transportes, que le tenía por santo favorecedor. Fue entronizada el viernes 8 de agosto de 1958 y actuaron como padrinos Concepción de la Cruz de Paz y Domingo Pérez San Gil, «poseedores respectivamente del carnet de conductor más moderno y antiguo, este último, posiblemente de la provincia, pues fue expedido en 1920».
La imagen indiana de Selu Vega
«Desde que soy un ciudadano más de la Isla Bonita, si algo me ha cautivado hasta los extremos, es un día en particular, el lunes de Carnaval, en el que se celebran Los Indianos, una fiesta originaria de La Palma que recuerda la llegada en barco de los emigrantes que volvían de hacer las Américas. Con el tiempo ha derivado en una reunión de miles y miles de personas que se reencuentran con la alegría, el buen humor, el cariño y el compañerismo mutuo en la fiesta con más polvos de talco del mundo».
Comisariado
Víctor J. Hernández Correa
Concejalía de Turismo y Patrimonio Histórico
Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma Comité asesor
Raquel de Paz Hernández
Antonio Galván Pérez Colecciones
Alonso Cabrera Hernández
Ana Delia Guerra Hernández
Archivo Municipal
Braulio Pérez Rodríguez
Concejalía de Turismo y Patrimonio Histórico
Grupo Etnográfico Baile Bueno
Juan M. Guillén Díaz
María Victoria Hernández Pérez
Museo Insular de Bellas Artes
Pedro Riverol Sicilia
Selu Vega
Taller Municipal de Costura
Teatro Circo de Marte
Vivero Municipal Conservación y montaje
Isabel Santos Gómez
Isabel Concepción Rodríguez
Taller de Conservación y Restauración de Pintura y Escultura del Cabildo Insular de La Palma Impresión
Azul Atlántico Organizan
Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, Concejalía de Fiestas y Concejalía de Turismo y Patrimonio Histórico, Cabildo Insular de La Palma, Consejería de Cultura, Educación y Patrimonio Histórico Colabora
Cabildo Insular de La Palma, Consejería de Artesanía
Muchos habreís visto esta obra del pintor palmero Manu Marzán. Una obra que en poco tiempo ha cobrado un gran protagonismo dentro de la singular fiesta de Indianos, extendiendose por la red rápidamente y que ya forma parte de la historia del día más representativo del Carnaval Palmero.
Hoy su autor nos explica los detalles y la singular historia de este cuadro.
Esta obra se titula «Carnaval de Indianos en La Placeta», es un óleo sobre lienzo en tabla: 55 x 78 cms y pertenece a la serie Rincones de Santa Cruz de La Palma.
La obra está interpretada a partir de una fotografía del banco de imágenes de Internet, con la cortesía de su autor/a tras una previa solicitud para interpretar con pinturas y pinceles su fotografía.
Para que la escena tuviera más carácter y sabor de indianos, algunos elementos del fondo fueron eliminados y otros reinventados, pues en la fotografía original aparecían personas vestidas de calle, sin disfrazar, vehículos aparcados, etc.
Manu agradece desde aquí a su autor/a la cortesía en el préstamo de esta imagen para su interpretación pictórica y sigue a la espera de obtener sus datos para poder publicarlos. Días después de esta publicación, finalmente Manu pudo conocer el nombre del autor de la foto original, Antonio J. Dorta Lorenzo. Un nuevo dato sobre la historia de esta pintura.
Existen reproducciones en tela disponibles en un tamaño menor, firmadas y numeradas, consultar en el email: manu@manumarzan.com.
Esta obra de Juan Bautista Fierro Van de Walle (1841-1930) es un dibujo a tinta y acuarela de 22 x 29 cms, cuya firma aparece junto con la fecha de su ejecución, 1911, en el ángulo inferior derecho: “J.B.Fierro”. Actualmente se custodia en una de las salas del Museo Insular de La Palma, antiguas dependencias del Convento Real y Grande de la Inmaculada Concepción, conocido como de San Francisco de Santa Cruz de La Palma.
El autor -un artista aficionado- fue Capitán de las Milicias Insulares, Jefe del Partido Liberal, Diputado Provincial por La Palma, Presidente de la prestigiosa Sociedad “La Cosmológica” de la capital palmera, llegando a convertirse en su Director Honorario como reconocimiento a su labor.
Su estilo pictórico, caracterizado por la deliberada ingenuidad, tanto en la representación de la realidad como en los colores empleados, esto es, primitivo y “naïf”, relata, por lo general, tipos y costumbres populares con técnica y perspectiva inocente y candorosa. A través de su mirada podemos observar cómo aflora el humor, el fino sarcasmo, la pizca de mordacidad, una suave parodia y caricaturización de las escenas costumbristas y figuras, fiestas, personajes populares, vistas urbanas… Ejemplos de este quehacer tan personal, tan suyo, son las siguientes obras: “El ciclista de Puntallana”, “La ermita de la Concepción de Buenavista en fiestas” (1884), “Vista de Santa Cruz de La Palma desde el Barranco de los Dolores” (1884), “Convento y plaza de Santo Domingo” (1885).
Se trata de un amplio catálogo de obras de un alto valor documental y etnográfico. Es importante la valoración que los estudiosos de las costumbres y tradiciones, folkloristas en general, han hecho sobre su más celebrada obra: la indumentaria tradicional de los diferentes municipios de La Palma, fechada en torno a 1860.
Fue también cronista y narrador de su tiempo y representó los acontecimientos más importantes de la vida de su Santa Cruz de La Palma natal y de la Isla: “Bahía de Santa Cruz de La Palma el 2 de mayo de 1876”; “Amarre del cable telegráfico en 1883”. Como todos sabemos, la capital palmera fue la pionera en las Islas de los grandes avances del siglo XIX: alumbrado eléctrico, telégrafo, teléfono, laboratorio bacteriológico, central hidroeléctrica… y así un largo etcétera.
Su interés por lo etnográfico y lo social se plasma en pinturas como “Los Indianos” (1911), en la que queda representada la llegada a su “terruño amado” de un matrimonio de indianos, ahora ricos, y sus dos hijos, recién desembarcados y procedentes del Caribe.
Aquí coexisten una serie de valores típicos y tópicos que J. B. Fierro, con gran sentido descriptivo y documental, se deleita en detallarnos. Son los elementos que distinguen al “indiano”: el color blanco impoluto de su impecable traje de lino, el sombrero “Panamá” de fina paja tejida, el distinguido pañuelo doblado en el bolsillo de su lujosa casaca que combina con la sombrilla que porta bajo el brazo, los botines de piel, su gran anillo en el dedo medio de su mano izquierda, con la que sujeta la jaula redonda de un exótico loro verde y rojo… Su esposa e hijos llevan blondas, joyas, mantilla, encajes, mitones, abanicos, sombreros de flores, regalos, botines, quitasoles a la moda de La Habana, etc.
En contraposición a esta sugerente escena de la familia de acaudalados indianos y a las “novedades del Nuevo Mundo” que ésta representa, se exhibe ahora a los personajes de la tierra, que contemplan atónitos a los recién llegados, sorprendidos en sus labores cotidianas, identificados por su indumentaria campesina tradicional. Detrás de ellos, el único que parece haberse dado cuenta de la llegada, y toma parte activa de la escena. Es precisamente el campesino descalzo, con mandil, chaleco y montera que, cabizbajo por el peso del gran baúl de cedro y por el del paquete blanco que porta en su brazo derecho, fuma también, no un habano, sino una cachimba. Se marca así también otra enorme diferencia. Más que ayudarlos, parece un esclavo que soporta el gran peso del equipaje de sus amos en época colonial.
A lo lejos, los vecinos se agolpan curiosos a las puertas de las humildes casas típicas de campo palmense, ávidos por conocer y admirar el “espectáculo”. En primer término, dos mujeres de “pueblo”, vestidas a la antigua usanza; una con un gran cesto de paja sobre su cabeza y otra con montera. Parecen haber sido extraídas de su espléndido catálogo de trajes típicos anteriormente mencionado.
En su atuendo es posible distinguir las prendas más representativas de la ropa femenina: las enaguas blancas bordadas, faldas recogidas a la cintura, sombrero de paja en la mano, justillos, toca, pañuelo sobre los hombros, etc.
Le sirve de fondo un paisaje rural, detalladamente recreado por el autor, donde no faltan las palmeras, las piteras, el campo sembrado de trigo, paredes de piedra volcánica tan reiteradas a lo largo de nuestros campos de La Palma, techos de teja roja… Detrás, la inconfundible silueta de la montaña de Tenagua (Puntallana), que surge por el norte sobre la bahía de Santa Cruz de La Palma. “La perspectiva acientífica y la representación en perfil de las figuras situadas en primer término, rígidas y estereotipadas, acentúan el primitivismo de la composición”.
También en el magnífico y completo Museo Insular, se guarda otra versión de este tema, firmado así mismo por Fierro en 1911 (23 x 16,5 cms) y simplificada con las imágenes del indiano – sin su familia -, del porteador y de una “maga”.
Contradecir mitos y leyendas es tarea difícil y costosa. No obstante, continuamos en el empeño de desmitificar, con argumentos documentados, esa leyenda repetida erróneamente de la arribada de un barco con harina en mal estado a Santa Cruz de La Palma y su posterior utilización en el Carnaval a modo de empolvados o «enjarinados». Esta versión no está documentada y no la damos por cierta, aunque la tradición, algunos autores, sin citar fuentes, así lo recojan y otros «corten y peguen», continuando así la cadena de despropósitos. Los escritores que hacen referencia a este hecho se esconden con el consabido «al parecer», «según cuentan», «es opinión generalizada»; pero ninguno ha logrado corroborarlo documentalmente.
Justificación documental
En cualquier lugar de La Palma, por los días de Carnaval, en las parrandasde los que «corren la fiesta» en verbenas y bodegas, los polvos de talco y la música han estado presentes siempre. Unos y otros, hombres y mujeres, niños y adultos, se envuelven en el juego de arrojarse polvos de talco. Auténticas batallas incruentas y blancas de miles de kilos de oloroso polvo de talco inunda los rincones de la Isla. La vieja costumbre la encontramos hoy en los programas oficiales de los festejos en los municipios de Santa Cruz de La Palma (Desembarco de los indianos y la batalla de polvos de talco) y en Los Llanos de Aridane (La Gran Polvacera).
Para un estudio serio de esta costumbre hay que remontarse a muchos siglos atrás. Es sorprendente encontrarlos detrás de plumas de reconocidos literatos y los relatos de los cronistas que acompañaban los traslados de la Corte, con el rey al frente, por la geografía hispana. Arrojar salvados, polvos y harinas se halla en los más antiguos ritos del Carnaval universal.El catedrático de Historia de la Universidad de Valencia José Deleito y Piñuela, en su libro También se divierte el pueblo (recuerdos de hace tres siglos) (1944), anota que este motivo tiene su origen en «la boda de Don Carnal con Doña Cuaresma, con arreglo a un rito burlesco y remoto, que inmortalizó en el siglo XIV el arcipreste de Hita. Don Carnaval moría de susto al ver tan fea a Doña Cuaresma. Durante ese festejo, las mujeres de baja estofa se embadurnaban con polvos el rostro y apedreaban a los hombres, entre algazaras y risas, con cáscaras de naranjas rellenas de mosto, grasa, salvado y otras sustancias pringosas».Recordemos que Juan Ruiz, el famoso Arcipreste de Hita, vivió entre 1284 a 1351. Incluye José Deleito un fragmento del Romance a los que tiran naranjas y salvado del Cancionero de los Nocturnos, que dice:
«[…] Las fregonas
mojan primero las caras,
y después las echan polvos
como a billetes escritos».
Una crónica de viajes aporta, sin lugar a dudas, una observación concreta y de gran valor etnográfico sobre arrojar harina en los días de Carnaval.El flamenco Henrique Cock, notario apostólico y archivero de la guardia del cuerpo real, en su libro Relaciones del viaje hecho por Felipe II en 1585, á Zaragoza, Barcelona y Valencia, hablando de las manifestaciones de los días de Carnestolendas, dice: «La gente baxa, criados y moças de servicio, echan manojos de harina unos á otros en la cara cuando pasan, ó masas de nieve, si ha caido, ó naranjas en Andalucía mayormente donde hay cuantidad dellas»; el mismo autor afirma que era una costumbre generalizada en toda España, además de las máscaras, y tirar huevos «llenos de agua de olores donde ven doncellas en las ventanas».
Según estas interesantes referencias bibliográficas, desde al menos los siglos XIV, XV y XVI ya hay constancia, dentro de las manifestaciones del Carnaval, de que las clases sociales más populares se empolvasen. La costumbre palmera bien puedo ser introducida por los primeros colonos en los años iníciales de la incorporación de La Palma a la Corona de Castilla en 1493.
La universalidad del rito de enharinarse en Carnaval lo recoge Gaspar Lucas Hidalgo (1560-1619) en su libro, incluido en los índices expurgatorios de la Inquisición, Diálogo de apacible entretenimiento, que contiene unas Carnestolendas de Castilla; dividido en las tres noches del domingo, lunes y martes de antruejo (Barcelona, 1605):
«Qué de gritos por las calles,
qué de burlas, qué de tretas,
qué de harina por el rostro«.
En 1799 se promulga una norma prohibitiva para todo el reino de España: «Ninguna persona osada de tirar en las calles, sitio público de plazas, paseos ni otros sitios, huevos con agua, harina, lodo ni otras cosas con que se pueda incomodar a las gentes y manchar los vestidos y las ropas, ni echar agua clara ni sucia en los balcones, y ventanas e con jarras, xeringas, ni otros instrumentos, si se da con pellejos, vejigas ni otras cosas».
Los empolvados en las islas Canarias
Como vemos, dentro de los más antiguos ritos del Carnaval universal, se encuentra arrojarse cenizas, harinas y talcos en medio de alocados juegos. Esa costumbre llega a Canarias y el ilustrado tinerfeño José Viera y Clavijo (1731-1813), en su poema Los meses, nos cuenta:
«Todos son juegos, chanzas, diversiones.
Ya arrojan al cabello limpios talcos
ya al pulcro rostro harina y almidones
ya la agragea a la pulida espalda».
Otro tinerfeño, Lope Antonio de la Guerra, recoge también la manifestación de los talcos entre los estudiantes de Tenerife en sus Memorias (1760):«por vísperas de Carnestolendas se quita el Estudio: para esto se llevaba prevensión de coloción i huevos de Talco con los que se arrojaban al Preceptor cuando entraba en la clase, i alguna ocasión aconteció dárle con los huevos algunos golpes fuertes en la corona».
Entre 1825 y 1830, se estableció en las Islas Francis Coleman Mac-Gregor (1783-1876), donde desempeñó el cargo de cónsul británico en Tenerife. En su libro Las Islas Canarias. Según se estado actual y con especial referencia a la topografía, industria, comercio y costumbres describe al detalle los días de Carnaval, que por esos años empezaban con mascaradas el domingo antes de Navidad, por la noche. Hace referencia a la costumbre de empolvarse en Tenerife y cuando «Los jóvenes, a pie y a caballo, recorren en tropel las calles y empolvan a los que encuentran a su paso con polvos de tocador o, incluso, añil, sin consideración de ningún tipo a la clase social o a la edad. Cuando se pasa bajo las ventanas de muchachas jóvenes, ya están dispuestas para envolver a sus conocidos en una nube de polvo procedente de sus borlas y para rociarlos con agua de colonia».Continúa el relato con la respuesta y enfrentamiento de los «dos bandos», donde los transeúntes no dudan en escalar las ventanas con escaleras: «Y allí se desata una guerra con las muchachas, a las que su madre trata de encubrir sin poder lograrlo. Se pintarrajean las caras unos a otros y se hacen muchas travesuras divertidas. Más tarde «se ríen a carcajadas; después, las muchachas se miran una tras otra en el espejo y sería una vergüenza si la casa no hubiera quedado totalmente desordenada». Cotidiano, aceptado y popular, se desprende de las observaciones Mac-Gregor las viejas costumbres del Carnaval canario de los juegos con polvos de tocador.
Los empolvados continúan en el siglo XIX entre las clases sociales más populares de las Islas, que resisten estoicamente las críticas de los ilustrados de la época, quienes manifestaron siempre su total rechazo. El periódico tinerfeño La Aurora (12 de marzo de 1848), en un artículo titulado Escenas carnavalescas, concluye: «En nuestras islas no hay costumbres peculiares sobre este punto, á no tenerse por tales la de anharinar ó chafarrinarse la cara». Es decir, los ilustrados y cultos cronistas de esta revista de literatura y artes no admiten reconocer como costumbre propia del Carnaval de las Islas que los campesinos y labradores seenharinasen o chafarrinasen la cara.
Sin embargo (y por suerte), la vieja costumbre estaba fuertemente arraigada en el pueblo llano. El viajero y clérigo anglicano Thomas Debary, que visitó Canarias en 1848, publicó un libro titulado Notas de una residencia en las islas canarias, ilustrativa del estado de la religión en ese país,en la que describe el Carnaval que se vivía en Tenerife: «Encontramos que nuestros guías se habían entregado a las bufonadas del Carnaval, pues cuando los llamamos aparecieron ante nosotros con las caras blanqueadas con harina -esta y lanzarse ollas rotas a la cabeza era la diversión favorita del momento». Continúa su viaje por la isla y en el valle de La Orotava vuelve a encontrar las parrandas carnavaleras con las bromas de la harina: «Dondequiera que llegamos, los campesinos estaban corriendo por los campos con sus manos llenas de harina, lanzándola sobre cualquier persona que pasara».
La primera noticia que conocemos del empleo de polvos en el Carnaval de Santa Cruz de La Palma data del lejano año de 1867. El periódico grancanario El Ómnibus (30 de marzo) recoge en una crónica: «Todos los juegos se reducen á tirar a las ventanas huevos llenos de harina ó polvos de olor (especie de bombardeo); entrar a las casas a empolvar y bailar«.
Aún con todas estas referencias históricas lo cierto es que la isla de La Palma ha sido la única que ha conservado profundamente la ancestral costumbre de los polvos de talco del Carnaval y hoy se ha convertido en un signo de identidad propia.
Conclusión
Esa leyenda repetida erróneamente de la arribada de un barco con harina en mal estado a Santa Cruz de La Palma y posterior utilización en el Carnaval no está documentada y no la damos por cierta. Hemos visto que la costumbre de los «enharinados» era generalizada desde tiempos remotos en el Carnaval universal, en el canario y por supuesto en el palmero. Los ejemplos citados valen para contradecir rotundamente la leyenda del barco cargado de «harina estropeada o en mal estado«. Dicho con sorna, pícara y carnavalera: ¿No nos parece muchos barcos, anualmente y durante siglos, desembarcando «harina estropeada» en los puertos canarios y peninsulares?
La costumbre de los empolvados del Carnaval continuó en La Palma resistiendo las reprehensiones de los diferentes organismos. Las autoridades tomaban decisiones drásticas. Los empolvados y las harinas eran molestos y se pretendía su erradicación. El periódico El tiempo (Santa Cruz de La Palma, 26 de enero de 1928) publicó una nota de la alcaldía de la capital que especificaba: «Relacionado con la prohibición hecha por el Sr. Delegado, de arrojar polvos y harinas durante las fiestas de carnaval, antigua costumbre que no está en consonancia con la cultura de esta ciudad, el señor Pérez González nos ha manifestado que está dispuesto a castigar con dureza y energía cualquier intento de desobediencia de esta prohibición, para lo que ha pasado las órdenes oportunas a la Guardia Municipal y a la Guardia Civil».
Sea como fuere, el pueblo palmero defendió sus viejos usos y costumbres que hoy se han convertido en uno de sus más altos valores antropológicos y culturales. Ayer y hoy los empolvados del carnaval inundan toda la geografía palmero, especialmente en Santa Cruz de La Palma y Los Llanos de Aridane.
María Victoria Hernández Pérez (Cronista Oficial de Los Llanos de Aridane)
El Lunes de Carnaval en Santa Cruz de La Palma, una cruzada de polvos de talco recibe a los indianos que regresan de «hacer las Américas», portando jaulas con loros, baúles, gigantescos cigarros puros, esclavos negros, leontinas y espejuelos, mientras la música caribeña se dilata.
Ya arrojan al cabello limpios talcos
ya al pulcro rostro harina y almidones
José Viera y Clavijo (1731-1813)
«¡Cinco años… y una fortuna». Grito, lema y reclamo. Nacía la ilusión, sin medir el esfuerzo que costara. Era la única salida para buscar posesiones y hacienda. En el muelle de Santa Cruz de La Palma o en el pequeño embarcadero de Juan Adalid y en los porís de toda la costa perimetral de La Palma, se apresuraban a embarcar varones jóvenes y familias enteras en la busca de riqueza hacia la otra orilla atlántica. Se conocen como indianos a los emigrantes con fortuna que regresaban a su tierra de origen haciendo ostentación de la misma. Era la época en que los grandes veleros surcaban el Atlántico haciendo la «carrera de Indias». Tiempos de sueños, de esplendor y de dineros, enfrentados a la decadencia de una España que veía desmembrado su imperio de ultramar.
Otros, los que ni tan siquiera tenían para pagar el pasaje en los veleros La Verdad, Nueva Engracia o la Ninfa de los Mares, se quedaron en La Palma. Llegó el siglo xx y el océano lo cruzaron modernos vapores de la emigración de tristes recuerdos: elValbanera y el Príncipe de Asturias. Cinco años… y regresar a La Palma. Ese era el proyecto de miles de palmeros.
De allá llegaban noticias de tierras prósperas, fértiles y de abundantes mieses. El muelle de Santa Cruz de La Palma se veía concurrido de gentes cuando, a lo lejos, los vecinos descubren al «buque correo que trae la correspondencia, buque extranjero o buque de la Habana», al decir de Benigno Carballo Wangüemert (1826-1864).
En el discurrir cotidiano de la monumental ciudad renacentista, con calles empedradas, casonas de magnífica fachadas de piedra o mortero de cal, ventanas de celosía y magníficos balcones de tea y sinuosos callejones que llevaban a la vieja calle de la Marina, se identifica perfectamente el caminar del emigrante retornado por la vestimenta peculiar del indiano, tal y como recoge Isaac Viera (1858-1941): «Por las calles de la capital palmera discurren millares de forasteros, entre los que se ven a muchísimos indianos con el indispensable sombrero de Panamá, que han venido de Cuba».
El humor, la sátira y la parodia, de los que los palmeros tienen sobrados antecedentes, propiciaron el carnavalear con ello. Era la manera de sacar jugo a unos hechos y modos, idealizando al emigrante rico que retornaba a La Palma haciendo ostentación de su fortuna.
Los auténticos indianos decimonónicos y los de la parodia aportaron a la fiesta la vestimenta peculiar de América al estilo de las cálidas tierras del Caribe, sombreros de fina paja tejida, pantalón y chaquetas blancas o beige y gran cigarro puro; y ellas con blondas de colores pastel, encajes, pamelas con flores y sombrillas. Y es así, como los refleja en 1911 el palmero Juan Bautista Fierro Vandewalle (1841-1930) en una acuarela costumbrista titulada Llegada de los indianos. En ella se ve a una familia de emigrantes vestida a la usanza americana, portando baúles y una jaula con un loro; en contraposición, tres personajes palmeros ataviados con la tradicional indumentaria de la Isla. No es de extrañar que, años después, esa imagen de los indianos ricos y ostentosos se parodiase en Carnaval.
Pero no sólo la indumentaria, sino también las expresiones, las hablas y los acentos, las danzas y los sones; recetas culinarias, incluso, se incorporan a la cultura palmera y conviven conjuntamente con las de la Isla. Valga como muestra que en 1927 se ofreciera en el café Santo Domingo de la capital insular: «Dulces del país de todas clases, jaleas y dulces variados de Cuba, frutas de California de todas clases en latas», según recoge un anuncio publicado en prensa. Todos esos saberes (vestimenta, música, danza y riqueza gastronómica) configuran la celebración festiva del Desembarco de los Indianos.
En cualquier lugar de La Palma por los días de Carnaval, en las parrandas de los que corren la fiesta en verbenas y bodegas, los polvos de talco y la música están presentes. Unos a otros, hombres a mujeres, niños a adultos, se envuelven en el juego de arrojarse polvos de talco. Auténticas batallas incruentas y blancas de miles de kilos de oloroso polvo de talco inunda los rincones de la Isla.
La universalidad y rito de enharinarse en Carnaval lo recoge Gaspar Lucas Hidalgo (1560-1619) en su libro, incluido en los índices expurgatorios de la Inquisición, Diálogo de apacible entretenimiento, que contiene unas Carnestolendas de Castilla; dividido en las tres noches del domingo, lunes y martes de antruejo (Barcelona, 1605):
Qué de gritos por las calles,
qué de burlas, qué de tretas,
qué de harina por el rostro.
Como vemos, dentro de los más antiguos ritos del Carnaval se encuentra el arrojarse cenizas, harinas y talcos en medio de alocados juegos. Esa costumbre llega a Canarias y el ilustrado tinerfeño José Viera y Clavijo (1731-1813), en su poema Los meses, nos cuenta:
Todos son juegos, chanzas, diversiones.
Ya arrojan al cabello limpios talcos
ya al pulcro rostro harina y almidones
ya la agragea a la pulida espalda.
En 1799 se promulga una norma prohibitiva para todo el reino: Ninguna persona osada de tirar en las calles, sitio público de plazas, paseos ni otros sitios, huevos con agua, harina, lodo ni otras cosas con que se pueda incomodar a las gentes y manchar los vestidos y las ropas, ni echar agua clara ni sucia en los balcones, y ventanas e con jarras, xeringas, ni otros instrumentos, si se da con pellejos, vejigas ni otras cosas.
Las costumbres de los empolvados del Carnaval continuaron en La Palma, resistiendo las reprehensiones de los diferentes organismos. Las autoridades tomaban decisiones drásticas. Los empolvados y las harinas eran molestos y se pretendía erradicarlos. El periódico El tiempo (Santa Cruz de La Palma, 26 de enero de 1928) publicó una nota de la alcaldía de la capital en la que se especificaba:
Relacionado con la prohibición hecha por el Sr. Delegado, de arrojar polvos y harinas durante las fiestas de carnaval, antigua costumbre que no está en consonancia con la cultura de esta ciudad, el señor Pérez González nos ha manifestado que está dispuesto a castigar con dureza y energía cualquier intento de desobediencia de esta prohibición, para lo que ha pasado las órdenes oportunas a la Guardia Municipal y a la Guardia Civil.
Sea como fuere, el pueblo defendió sus viejos usos y costumbres que hoy se han convertido en uno de sus más altos valores antropológicos y culturales.
El Lunes de Carnaval en Santa Cruz de La Palma, una cruzada de polvos de talco recibe a los indianos que regresan de «hacer las Américas», portando jaulas con loros, baúles, gigantescos cigarros puros, esclavos negros, leontinas y espejuelos, mientras la música caribeña se dilata. Es una fiesta cargada de imaginación, peculiar y sorpresiva cada año, que depende de la imaginación particular de los asistentes. Las monumentales calles Dionisio O»Daly y Anselmo Pérez de Brito soportan estoicamente toneladas de polvos, y tardarán días en volver a su estado original.
Para encontrar los orígenes de esta peculiar parodia de Santa Cruz de La Palma nos remontamos a los carnavales «de los monárquicos años veinte», del decir de José Díaz Duque (Diario de avisos, 12 de febrero de 1966), cuando «empezó a circular un enigmático rumor: la llegada de «La Poteca» al baile de «los ideales». […] La Poteca resultó ser un «desembarco de indianos», señores muy conocidos con sus esposas y sus hijos vestidos de isleños que regresaban de Cuba, al son del ritmo de allí».
La «sociedad» La Poteca fue célebre y «El alma de la misma era don Juan Henríquez, de un humor a toda prueba. En los carnavales era célebre su parranda», según Ermelando Martín Guerra (Diario de avisos, 19 de marzo de 1970). La familia de Henríquez Brito guarda un curioso documento-reglamento de La Poteca, «Sociedad Gastronómica Artística», de fecha 1 de enero de 1920 y con domicilio en la calle Pérez Volcán de Santa Cruz de La Palma. Documento cargado de ironía, guasón y buen humor carnavalero. La directiva estaba compuesta, en esa fecha, por Juan Henríquez Brito, Juan Bautista Fierro, Antonino Pestana Rodríguez, Luis Wandewalle Álvarez, Miguel Valcárcel Pinto, Manuel Wandewalle Pinto, Federico Salazar Hernández, Joaquín Poggio Álvarez, José Fierro Hernández y Félix Poggio Álvarez.
En un principio, los polvos de talco estaban alejados de este cortejo decimonónico. La implantación oficial -entendiendo por tal ser asumida por el Ayuntamiento y no tener esta fecha por su origen fundacional- de la parodia del desembarco de los indianos se recupera en 1966. En los años ochenta del siglo xx se reimplanta anualmente en el programa del Ayuntamiento, laLlegada de los Indianos, a la que se unió, sin que nadie se lo propusiera, la vieja tradición de los polvos de talco. Pasado los años, Los Indianos se han convertido en el número más representativo del Carnaval de La Palma.
Este Miércoles, 23 de febrero a las 20:00 horas en la Casa Principal de Salazar de Santa Cruz de la Palma, tendrá lugar la inauguración de la exposición «Imagen del reclamo:El indiano: icono y símbolo», a cargo de D. Juan Ramón Felipe San Antonio, alcalde del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, y con la colaboración del Cabildo Insular de La Palma y del Grupo Etnográfico Baile Bueno.
A continuación, Víctor J. Hernández Correa dará la I Conferencia del Impulso de los Indianos para su declaración como Fiesta de Interés Turístico Nacional, conferencia a cargo de la Concejalía de Turismo y Patrimonio Histórico, en colaboración con «Plataforma de Indianos Santa Cruz de La Palma».
Podremos visitar la exposición desde el 23 de febrero al 12 de marzo de 2011, en la Casa Principal de Salazar. Calle O’Daly, 22. Santa Cruz de La Palma.
Horario
De lunes a viernes, de 10:00 a 21:00 h.Sábados, de 10:00 a 13:00 h.
«Imagen del reclamo:El indiano: icono y símbolo»
«Háblase asimismo de La Habana y de Cuba, como que en pocos puntos de Canarias se las conoce tanto como en La Palma».
«Cuba y La Habana son una especie de patria para los palmeros. La emigración de hijos de las Canarias que anualmente salen para aquellos puntos, se compone en su mayor parte de hijos de La Palma, y en esta isla se construyen casi todos los buques que mantienen el movimiento entre aquella Antilla y el archipiélago canariense».
«Son raras las familias, particularmente en las clases menos acomodadas, que no tengan en Cuba hijos, hermanos, esposos, padres o parientes».
Benigno Carballo Wangüemert. «Las Afortunadas: viaje descriptivo a las islas Canarias» (Madrid, 1862).
Icono indiano en La Palma: el siglo XIX
Ya desde finales del siglo XVI comienzan a documentarse en La Palma los resultados de la emigración insular a América: las primeras donaciones de imaginería religiosa, entre las que destacan el «Señor de la Piedra Fría» (iglesia de San Francisco) y el «Cristo de la Salud» (iglesia de N. S. de Los Remedios) adquiridos para el oratorio del antiguo Hospital de Dolores de la ciudad, obras de orfebrería, ofrendas monetarias… Poco a poco, la imagen del indiano va cobrando cada vez mayor auge hasta convertirse en prototipo de prosperidad, «burgués anodino y plácido, y adulado hasta por las personas de más preclaro linaje de la comarca», según explicó Isaac Viera en «Costumbres canarias» (1916).
Las primeras representaciones datan de la primera década del siglo XX, cuando los hermanos Juan Bautista (1841-1930) y José Fierro Vandewalle (1835-1916) pintan unas series de acuarelas de las que se muestran aquí tres ejemplares. Lo característico en ellas no es tanto la figura del indiano en sí como su visión en rotundo contraste con los aldeanos canarios también representados. Se aprecian así las diferencias de actitud e indumentaria en unos y otros: altaneros y gallardos unos, vestidos con traje de chaqueta blanco, sombrero panameño y cuello de camisa anudado con corbata; los otros, los asombrados campesinos, envueltos en su tradicional calzón, camisa abierta al cuello, montera y delantal de trabajo. Estas estampas son, pues, el reflejo del encuentro entre un mundo —el mítico americano— y el otro —el terruño, sofocado por una economía de subsistencia, aletargada—, analizado por sus autores con humor y sátira.
«Desde esta tierra que usted tanto recuerda»
La imagen singular del indiano en La Palma hunde sus raíces más remotas en una ingente correspondencia escrita remitida desde la «tierra de promisión» por tantos isleños que cruzaron el Atlántico para «hacer las Américas». Desde esta otra orilla, en el puerto de la isla canaria, se esperaba con anhelo la llegada de noticias, remesas o saludos de los paisanos, familiares y amigos lejanos… Este ir y venir de papeles y letras acabaría fijando en la memoria colectiva palmera un peculiar modo de entender la prosperidad, el éxito y el triunfo de aquellos hombres y mujeres valientes, capaces de dejarlo todo por un sueño de destino incierto, que, en el peor de los casos, podía acabar sin premio ni victoria.
La construcción de la figura del indiano, de sus connotaciones simbólicas, debe gran parte de su germen a estas muestras de comunicación escrita, en las que los emigrantes dan a conocer su estado de salud, sus logros económicos y empresariales, así como el de otros compatriotas. De este modo se forja el «mundo paralelo» del indiano, de su entorno; un universo de tintes míticos a cuya elaboración contribuyeron las imágenes fotográficas y litografías que ilustraron, primero, las cartas de visita y, luego, las tarjetas postales. Sin otro medio más barato del que servirse para el reclamo de los parientes que aún residían en Canarias, los indianos utilizaron a menudo estas humildes carteleras para incentivar el viaje y conseguir su meta: atraer al espectador y destinatario influyendo en su captación de una naturaleza exuberante, de unos edificios gigantescos, o de unos salones donde imperan la luz, la elegancia y la distinción.
La diversa procedencia de estas postales nos lleva por La Habana, Camagüey, Matanzas o Sagua la Grande. Por arquitecturas, jardines tropicales, amplias avenidas, malecones y puertos. Desde el paisaje interior hasta el más novedoso diseño urbano, nada escapa al ojo examinador de la cámara ni a la mano que toma lápiz y pincel. Ahuyentar los miedos, apaciguar las dudas y contener las aprehensiones, todo para lograr un único objetivo: crear el señuelo y esperar.
Al son, son...
La asimilación de la cultura cubana en la isla de La Palma pasa inevitablemente por la integración en el folclore insular de una buena parte del repertorio de la música tradicional caribeña. Ya en el siglo XIX se documenta en muchas zonas rurales la adopción del son y del punto cubano como formas frecuentes en toda clase de parrandas improvisadas, celebraciones festivas y cantos de trabajo. De hecho, el punto cubano persiste aún hoy como pieza clave de la música popular en municipios como Garafía y Tijarafe.
A lo largo del siglo XX, el puerto de Santa Cruz de La Palma siguió siendo puerta principal para la penetración de otras formas de música tradicional, gracias al contacto directo mantenido por los trabajadores portuarios con marineros procedentes de Cuba, lo que fomentó la transmisión de habaneras, boleros y guarachas, que se sumaron al son y al punto cubano, más tempranos. A capela, acompañados con guitarra y carimba y, en ocasiones también, con requinto, claves y maracas, fueron surgiendo grupos más o menos estables que contribuyeron a difundir estos ritmos, como pone de manifiesto el trío El Cajón y años después Los Cubanos. La audición de discos de pizarra y la divulgación radiofónica constituyeron otras vías de introducción, en las que los chinchales tabaqueros desempeñaron un papel importante en la difusión posterior.
La imagen indiana de César Borja
Desde sus orígenes a mediados de la década de los años ’60, la fiesta actual del «Desembarco de los Indianos» de Santa Cruz de La Palma reúne una amplia gama de imágenes fotográficas realizadas por infinidad de profesionales del sector y aficionados a esta arte. Con objeto de perpetuar el instante efímero de la fiesta, la fotografía ha ocupa un capítulo fundamental como fuente para la historia del «Desembarco», de sus orígenes y su evolución hasta nuestros días. En este sentido, la imagen festiva del indiano es su retrato fotográfico. En ella se encuentran las claves de asimilación de una indumentaria, de un atrezzo y de una manera de entender la burla, la caricatura y la parodia como formas esenciales del Carnaval.
Dentro de ese elenco de profesionales, merece destacarse el trabajo de César Borja, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1968, fotógrafo de prensa de las revistas «Motor», «La Palma 14», los periódicos «Canarias 7» y «Diario de avisos» y de las agencias EFE, ACAN, Área 11, Fotodeporte, Alfaqui y Accfipress. De entre sus galardones cabe citar el VII y VIII Certamen de Fotografía «Juventud y Cultura, el Concurso de Fotografía de la Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife, el de Bioformas y el Indianos, que organiza el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma.
El arcón de La Negra Tomasa
Fue en 1992 cuando La Negra Tomasa hizo su primera aparición al gran público, meneando a destajo sus voluptuosas caderas, bailando con frenesí a ritmo de son guaracha. La cita tuvo lugar en la Exposición Universal de Sevilla, en el marco del desfile de Carnaval que protagonizó la embajada canaria trasladada con ese motivo a la ciudad del Betis. Algunos años después, La Negra Tomasa acompañó al grupo Cuarto Son en su debut indiano, en el atrio de las casas consistoriales de la capital palmera. A partir de entonces se popularizó «La Espera», hoy plenamente incorporada al programa tradicional del «Desembarco de los Indianos» palmero, con la que se pretende dotar de mayor realismo la expectación que despertaba entre los insulares el arribo al puerto palmero de indianos llegados de La Habana.
La Negra Tomasa toma su nombre del personaje homónimo que inspiró la cumbia del compositor cubano Guillermo Rodríguez Fiffe titulada «Bilongo», y que acabaría extendiéndose con el nombre de la protagonista: «Estoy tan enamorado / de la Negra Tomasa / que cuando se va de casa / triste me pongo…».
La Negra Tomasa de los Indianos palmeros es interpretada cada Lunes de Carnaval por Víctor Díaz Molina (Santa Cruz de La Palma, 1941), hombre vinculado al calendario festivo a través de otras aportaciones, como la de la Danza de Enanos de la Bajada lustral, o la danza de Mascarones. Su mundo es el disfraz.
Créditos
Imagen del reclamo: El indiano: icono y símbolo.
Del 23 de febrero al 12 de marzoCasa Principal de Salazar. Calle O’Daly, 22.| Santa Cruz de La Palma
De lunes a viernes, de 10:00 a 21:00 h.
Sábados, de 10:00 a 13:00 h. Comisariado
Concejalía de Turismo y Patrimonio Histórico
Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma
Comité asesor
Raquel de Paz Hernández
María Nebel Acosta Pérez
María Victoria Hernández Pérez
Marcelino Rodríguez Ramírez
Óscar Pérez Castro
Colecciones
Grupo Etnográfico Baile Bueno [postales, fotografías, correspondencia, mesa y banqueta de chinchal, baúles y maletas, gramófono de mesa, gramófono mueble y gramófono de viaje, acordeón de nácar]
Cabildo Insular de La Palma, Museo de Bellas Artes [«Indiano» y «Llegada de Indiano» acuarelas sobre papel de Juan Bautista Fierro]
Taller Municipal de Costura del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma [2 trajes de La Negra Tomasa realizados por el Taller Municipal de Costura, 2 trajes de señora realizados por los alumnos del Curso de Indianos 2009 del Taller de Costura]
Francisco Pérez Hernández [herramientas de elaboración artesanal de tabacos]
Óscar Pérez Castro [instrumentos musicales]
Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma [«La Negra Tomasa», acrílico sobre lienzo de Acenk Guerra Galván]
Alonso Cabrera Hernández [traje de lino de caballero de Rafael Ibarria Calderón de los años ‘30]
María Nebel Acosta Pérez [leontina]
Conservación y montaje
Isabel Santos Gómez
Isabel Concepción Rodríguez
Taller de Conservación y Restauración de Pintura y Escultura del Excmo. Cabildo Insular de La Palma
Impresión
Azul Atlántico
Colaboran
Consejería de Artesanía del Excmo. Cabildo Insular de La Palma
Consejería de Cultura, Educación y Patrimonio Histórico del Excmo. Cabildo Insular de La Palma
Grupo Etnográfico Baile Bueno
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