La leyenda del barco con harina estropeada

La leyenda del barco con harina estropeada.

El origen universal de los empolvados palmeros.
 

Contradecir mitos y leyendas es tarea difícil y costosa. No obstante, continuamos en el empeño de desmitificar, con argumentos documentados, esa leyenda repetida erróneamente de la arribada de un barco con harina en mal estado a Santa Cruz de La Palma y su posterior utilización en el Carnaval a modo de empolvados o «enjarinados». Esta versión no está documentada y no la damos por cierta, aunque la tradición, algunos autores, sin citar fuentes, así lo recojan y otros «corten y peguen», continuando así la cadena de despropósitos. Los escritores que hacen referencia a este hecho se esconden con el consabido «al parecer», «según cuentan», «es opinión generalizada»; pero ninguno ha logrado corroborarlo documentalmente.

Justificación documental

En cualquier lugar de La Palma, por los días de Carnaval, en las parrandas de los que «corren la fiesta» en verbenas y bodegas, los polvos de talco y la música han estado presentes siempre. Unos y otros, hombres y mujeres, niños y adultos, se envuelven en el juego de arrojarse polvos de talco. Auténticas batallas incruentas y blancas de miles de kilos de oloroso polvo de talco inunda los rincones de la Isla. La vieja costumbre la encontramos hoy en los programas oficiales de los festejos en los municipios de Santa Cruz de La Palma (Desembarco de los indianos y la batalla de polvos de talco) y en Los Llanos de Aridane (La Gran Polvacera).

Para un estudio serio de esta costumbre hay que remontarse a muchos siglos atrás. Es sorprendente encontrarlos detrás de plumas de reconocidos literatos y los relatos de los cronistas que acompañaban los traslados de la Corte, con el rey al frente, por la geografía hispana. Arrojar salvados, polvos y harinas se halla en los más antiguos ritos del Carnaval universal. El catedrático de Historia de la Universidad de Valencia José Deleito y Piñuela, en su libro También se divierte el pueblo (recuerdos de hace tres siglos) (1944), anota que este motivo tiene su origen en «la boda de Don Carnal con Doña Cuaresma, con arreglo a un rito burlesco y remoto, que inmortalizó en el siglo XIV el arcipreste de Hita. Don Carnaval moría de susto al ver tan fea a Doña Cuaresma. Durante ese festejo, las mujeres de baja estofa se embadurnaban con polvos el rostro y apedreaban a los hombres, entre algazaras y risas, con cáscaras de naranjas rellenas de mosto, grasa, salvado y otras sustancias pringosas». Recordemos que Juan Ruiz, el famoso Arcipreste de Hita, vivió entre 1284 a 1351. Incluye José Deleito un fragmento del Romance a los que tiran naranjas y salvado del Cancionero de los Nocturnos, que dice:

«[…] Las fregonas
mojan primero las caras,
y después las echan polvos
como a billetes escritos».

Una crónica de viajes aporta, sin lugar a dudas, una observa­ción concreta y de gran valor etnográfico sobre arrojar harina en los días de Carnaval. El flamenco Henrique Cock, notario apostólico y archivero de la guardia del cuerpo real, en su libro Relaciones del viaje hecho por Felipe II en 1585, á Zaragoza, Barcelona y Valencia, hablando de las manifestaciones de los días de Carnes­tolen­das, dice: «La gente baxa, criados y moças de servicio, echan manojos de harina unos á otros en la cara cuando pasan, ó masas de nieve, si ha caido, ó naranjas en Andalucía mayormente donde hay cuantidad dellas»; el mismo autor afirma que era una costumbre generali­zada en toda España, además de las máscaras, y tirar huevos «llenos de agua de olores donde ven doncellas en las ventanas».

Según estas interesantes referencias bibliográficas, desde al menos los siglos XIV, XV y XVI ya hay constancia, dentro de las manifesta­ciones del Carnaval, de que las clases sociales más populares se empolvasen. La costumbre palmera bien puedo ser introducida por los primeros colonos en los años iníciales de la incorporación de La Palma a la Corona de Castilla en 1493.

La universalidad del rito de enharinarse en Carnaval lo recoge Gaspar Lucas Hidalgo (1560-1619) en su libro, incluido en los índices expurgatorios de la Inquisición, Diálogo de apacible entretenimien­to, que contiene unas Carnestolendas de Castilla; dividido en las tres noches del domingo, lunes y martes de antruejo (Barcelona, 1605):

«Qué de gritos por las calles,
qué de burlas, qué de tretas,
qué de harina por el rostro«.

En 1799 se promulga una norma prohibitiva para todo el reino de España: «Ninguna persona osada de tirar en las calles, sitio público de plazas, paseos ni otros sitios, huevos con agua, harina, lodo ni otras cosas con que se pueda incomodar a las gentes y manchar los vestidos y las ropas, ni echar agua clara ni sucia en los balcones, y ventanas e con jarras, xeringas, ni otros instrumentos, si se da con pellejos, vejigas ni otras cosas».

Los empolvados en las islas Canarias

Como vemos, dentro de los más antiguos ritos del Carnaval universal, se encuentra arrojarse cenizas, harinas y talcos en medio de alocados juegos. Esa costumbre llega a Canarias y el ilustrado tinerfeño José Viera y Clavijo (1731-1813), en su poema Los meses, nos cuenta:

«Todos son juegos, chanzas, diversiones.
Ya arrojan al cabello limpios talcos
ya al pulcro rostro harina y almidones
ya la agragea a la pulida espalda».

Otro tinerfeño, Lope Antonio de la Guerra, recoge también la manifestación de los talcos entre los estudiantes de Tenerife en sus Memorias (1760): «por vísperas de Carnesto­lendas se quita el Estudio: para esto se llevaba prevensión de coloción i huevos de Talco con los que se arrojaban al Precep­tor cuando entraba en la clase, i alguna ocasión aconteció dárle con los huevos algunos golpes fuertes en la corona».

Entre 1825 y 1830, se estableció en las Islas Francis Coleman Mac-Gregor (1783-1876), donde desempeñó el cargo de cónsul británico en Tenerife. En su libro Las Islas Canarias. Según se estado actual y con especial referencia a la topografía, industria, comercio y costumbres describe al detalle los días de Carnaval, que por esos años empezaban con mascaradas el domingo antes de Navidad, por la noche. Hace referencia a la costumbre de empolvarse en Tenerife y cuando «Los jóvenes, a pie y a caballo, recorren en tropel las calles y empolvan a los que encuentran a su paso con polvos de tocador o, incluso, añil, sin consideración de ningún tipo a la clase social o a la edad. Cuando se pasa bajo las ventanas de muchachas jóvenes, ya están dispuestas para envolver a sus conocidos en una nube de polvo procedente de sus borlas y para rociarlos con agua de colonia». Continúa el relato con la respuesta y enfrentamiento de los «dos bandos», donde los transeúntes no dudan en escalar las ventanas con escaleras: «Y allí se desata una guerra con las muchachas, a las que su madre trata de encubrir sin poder lograrlo. Se pintarrajean las caras unos a otros y se hacen muchas travesuras divertidas. Más tarde «se ríen a carcajadas; después, las muchachas se miran una tras otra en el espejo y sería una vergüenza si la casa no hubiera quedado totalmente desordenada». Cotidiano, aceptado y popular, se desprende de las observaciones Mac-Gregor las viejas costumbres del Carnaval canario de los juegos con polvos de tocador.

Los empolvados continúan en el siglo XIX entre las clases sociales más populares de las Islas, que resisten estoicamente las críticas de los ilustrados de la época, quienes manifestaron siempre su total rechazo. El periódico tinerfeño La Aurora (12 de marzo de 1848), en un artículo titulado Escenas carnavalescas, concluye: «En nuestras islas no hay costumbres peculiares sobre este punto, á no tenerse por tales la de anharinar ó chafarrinarse la cara». Es decir, los ilustrados y cultos cronistas de esta revista de literatura y artes no admiten reconocer como costumbre propia del Carnaval de las Islas que los campesinos y labradores se enhari­nasen o chafarrinasen la cara.

Sin embargo (y por suerte), la vieja costumbre estaba fuertemente arraigada en el pueblo llano. El viajero y clérigo anglicano Thomas Debary, que visitó Canarias en 1848, publicó un libro titulado Notas de una residen­cia en las islas canarias, ilustrativa del estado de la religión en ese país, en la que describe el Carnaval que se vivía en Tenerife: «Encontra­mos que nuestros guías se habían entregado a las bufonadas del Carnaval, pues cuando los llamamos aparecie­ron ante nosotros con las caras blanqueadas con harina -esta y lanzarse ollas rotas a la cabeza era la diversión favorita del momento». Continúa su viaje por la isla y en el valle de La Orotava vuelve a encontrar las parrandas carnava­leras con las bromas de la harina: «Donde­quie­ra que llegamos, los campesinos estaban corriendo por los campos con sus manos llenas de harina, lanzándola sobre cualquier persona que pasara».

La primera noticia que conocemos del empleo de polvos en el Carnaval de Santa Cruz de La Palma data del lejano año de 1867. El periódico grancanario El Ómnibus (30 de marzo) recoge en una crónica: «Todos los juegos se reducen á tirar a las ventanas huevos llenos de harina ó polvos de olor (especie de bombardeo); entrar a las casas a empolvar y bailar«.

Aún con todas estas referencias históricas lo cierto es que la isla de La Palma ha sido la única que ha conservado profundamente la ancestral costumbre de los polvos de talco del Carnaval y hoy se ha convertido en un signo de identidad propia.

Conclusión

Esa leyenda repetida erróneamente de la arribada de un barco con harina en mal estado a Santa Cruz de La Palma y posterior utilización en el Carnaval no está documentada y no la damos por cierta. Hemos visto que la costumbre de los «enharinados» era generalizada desde tiempos remotos en el Carnaval universal, en el canario y por supuesto en el palmero. Los ejemplos citados valen para contradecir rotundamente la leyenda del barco cargado de «harina estropeada o en mal estado«. Dicho con sorna, pícara y carnavalera: ¿No nos parece muchos barcos, anualmente y durante siglos, desembarcando «harina estropeada» en los puertos canarios y peninsulares?

La costumbre de los empolvados del Carnaval continuó en La Palma resistiendo las reprehensiones de los diferentes organismos. Las autoridades tomaban decisiones drásticas. Los empolvados y las harinas eran molestos y se pretendía su erradicación. El periódico El tiempo (Santa Cruz de La Palma, 26 de enero de 1928) publicó una nota de la alcaldía de la capital que especificaba: «Relacionado con la prohibición hecha por el Sr. Delegado, de arrojar polvos y harinas durante las fiestas de carnaval, antigua costumbre que no está en consonancia con la cultura de esta ciudad, el señor Pérez González nos ha manifestado que está dispuesto a castigar con dureza y energía cualquier intento de desobediencia de esta prohibición, para lo que ha pasado las órdenes oportunas a la Guardia Municipal y a la Guardia Civil».

Sea como fuere, el pueblo palmero defendió sus viejos usos y costumbres que hoy se han convertido en uno de sus más altos valores antropológicos y culturales. Ayer y hoy los empolvados del carnaval inundan toda la geografía palmero, especialmente en Santa Cruz de La Palma y Los Llanos de Aridane.

María Victoria Hernández Pérez (Cronista Oficial de Los Llanos de Aridane)

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